Nada es lo que parece

Buenas,
La semana pasada tuvimos un día meteorológicamente "horrible" por estos lares: algunos sistemas (como lo del de transporte) dieron la alerta en algunas regiones y al día siguiente más de uno, más de dos, y más de tres, llegamos tarde al trabajo a causa de la "alucinante” nochecita (flipante lo de la tormenta eléctrica).
Dejé la oficina a las 20:30 (en plan “temprano”) y, al salir, después de despedirme de mis colegas japoneses, les avisé de lo que venía:
Paquito: osaki ni shitsurei shimasu. Mata ashita! *
Coleguis del Sol Naciente: Otsukare sama deshita **
Paquito: Salid de la ofi temprano: va a caer la mundial…
Coleguis: ¡Cuñaaaaaaaao! (se rieron de mí porque siempre les digo que se vayan a casa)
Paquito: ¡Va en serio! Va a caer la de Dios es Cristo.
*: “Lamento irme antes que tu: ¡Hasta Mañana!”
**: “Has currado un montón: mereces irte temprano”.
Al salir, veo Mordor en la Tierra Media de los Hobbits: el cielo está negro y los relámpagos avecinan una noche tipo “fin de los tiempos”, donde los tele-predicadores proclaman el consabido “¡Arrepentíos!” con Ana Obregón en Televisión Española reclamando a Ramón García durante las campanadas de Nochevieja:
Ramón García: ¡Anaaaaaa!
Ana: ¡Ramonchuuuuuu! ¡Soy bióloga!
No hubo más narices: “¡Tira para el autobús que me tienes contento!” pensé para mi mismo, mientras la fina lluvia empezaba a caer sobre mi paraguas y los relámpagos empezaban a mostrar la ira de Dios cuando se enfada…

La vuelta a casa fue en silencio: creo que éste país me está pasando factura… Iba con un compañero al que aprecio un montón pero, sin saber exactamente porqué y, por primera vez en mucho tiempo, no supe de qué hablar y me quedé en silencio.

Compartir viaje en un transporte público suele ser agradable: te sientas con alguien que conoces y, a partir de ahí, conversas sobre cualquier cosa, desde temas trascendentes hasta temas absurdos.
Si tienes un buen día y las condiciones acompañan, puedes tener una ida de pelota mítica, teniendo uno de esos momentos donde tu acompañante y el resto de pasajeros, con eso de que lo haces en inglés, disfrutan de uno de mis ejercicios favoritos, que no es otro que ver la vida desde un punto de vista híper-realista, llegando a extremos absurdos que, a su vez, se explican, por su condición, como completamente coherentes.

Hoy, serás testigo de uno de ellos…

Pero no corras: disfrutemos del viaje (Ítaca es la excusa del viaje, ¿Recuerdas?).

Me bajé en la parada anterior: me gusta caminar y, aunque las nubes anunciaban “el día del Juicio”, ello no me impidió dar un pequeño paseo al lado de un canal, escuchando mi música, en silencio y en soledad, esos dos compañeros de viaje que, con los años, han construido esa pequeña jaula invisible que me rodea…

Soy esclavo de mi mismo: a veces es bueno.

A veces, no…

Al entrar en mi calle, un hecho insólito me hizo reducir la velocidad del paso: en una de las casas, a penas unos cuantos números de donde vivo, dos ambulancias y un coche de policía invadían la acera, en uno de esos silencios de los suburbios holandeses, con sus lindas casitas y sus plácidos jardines donde, modélicos ciudadanos, cultivan sus geranios o, peor, entierran a sus víctimas.

Al llegar a casa, mi casera me dio todos los detalles de lo que había pasado: el mundo holandés, donde el silencio parece cubrir aquello que los grandes ventanales te muestran, sea éxito o fracaso, rachas buenas o malas, felicidad o miseria humana…

"Un marichalazo" fue la conclusión a la que llegué, una vez que comprendí los hechos.

Y todo quedó ahí, como otra pequeña historia en este pequeño país, donde, como cualquier sitio, tienes momentos buenos, malos y, como hace mucho tiempo te conté, también los tienes horribles…

Hasta esta mañana…

Varios compañeros de trabajo son vecinos míos: bien viven muy cerquita o, como la persona protagonista de esta historia, viven en mi misma calle, a apenas unos números de dónde vivo (no más de 150 metros en cualquier caso).

Justo después de recibir una llamada telefónica genial, donde todo el contenido se puede resumir en dos frases:
Paquito: Tu sabes que si tu me dices “Ven”, lo dejo todo.
Ella: Ven…
El teléfono volvió a sonar:
Paquito: Jelou (en plan internacional, ya se sabe :-)).
Voz femenina: ¿Paquito?
Paquito: ¡Hola! ¿Qué tal? :-))
Nótese que no sé quien me llama, pero algo que he aprendido con los años es a tirar para adelante en situaciones donde, literalmente, no sé con quién estoy hablando.
Voz femenina: Soy XY, tu vecina (¡Menos mal! ¡Ya sé quién me habla!)
Paquito: ¡Hola! ¿En qué puedo ayudarte? (ésta última pregunta es mi grito de guerra al teléfono: la marca de la casa :-)).
XY: ¿Estás bien?
Paquito: ¿Cómor?
XY: Sí… Es que ayer por la tarde vimos ambulancias y coches de policía cerca de tu casa y pensamos que te podía haber sucedido algo.
“Sí señor” pienso en ese momento: “Esto es civilización”. De origen sureño, pero criada en Holanda: los genes “terruñero-humanistas-anti-horchata en las venas”, al ver jaleo por la zona donde yo vivo, la mujer me llama consternada por si me pasaba algo.
Paquito: No no, tranquilidad: estoy bien…
XY: Es que claro, como no tenemos ni tu teléfono ni nada, nos asustamos mucho: ¿Y si te hubiera pasado algo?…
Paquito: No te preocupes. Fue otro vecino al que le dio un tabardillo: yo estoy bien afortunadamente.
XY: Claro claro… Es que estábamos muy preocupados… ¿Quieres que te dé mi teléfono por si algún día te pasa algo?
Paquito: ¡Sí claro! Dame tu teléfono y lo apunto…
Al apuntar el teléfono y mandarle un SMS para que tenga mi teléfono móvil, pienso por un momento en la situación y entonces, como uno es cómo es, le da por preguntar (y ésta sí, es la clave de esta historia).
Paquito: De todas formas, mujer, haberte acercado y ya está: vivimos a 100 metros.
XY: No bueno… Es que hacía mal tiempo y claro, salir de casa…
Paquito: O sea (momento híper-realista)… Que me llamas para ver si me he pasado algo, pero cuando me pudo haber sucedido, en lugar de salir y preguntar, te quedaste en tu casa porque el día estaba nublado… ¡Curioso! :-))
Nada es lo que parece (eso me lo tuvieron que explicar más tarde, por cuanto, en realidad, la llamada no era lo que parecía, ni el hecho de que, al pedirle el teléfono de su casa, me dijo que "no se lo sabía de memoria", dándome el teléfono móvil del trabajo (que es el que, en cualquier caso, puedo sacar a través de la agenda corporativa).

Nada es lo que parece... Lección aprendida.

Eso es todo: Ámsterdam prevalece.


Paquito
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