El último domingo de Agosto

Buenas:

Mientras termino la semana en modo multitarea (una conferencia de la OTAN sobre la robotización y su impacto sobre la libertad de la sociedad, terminar un libro que me está encantando, hacer backups mientras jugueteo con una cosa llamada "Docker" y escribir esta entrada en el blog), recordé de pronto la señalada fecha para, casi de forma infantil, volver a mi vida, hace muchos, muchos años, y celebrar esta ocasión.

Un poquito de historia

Nunca he sido bueno tomando vacaciones... En realidad, mi definición de dicho concepto es relativamente sencillo y corto:
Vacaciones: acto donde desaparece la obligación de ir al trabajo o trabajar.
En estos tiempos modernos, donde trabajar desde casa o desde un aeropuerto, con un ordenador, una tablet o un teléfono, encapsular el concepto, para mí, resulta complejo, dada la cantidad de veces que, a lo largo de los años, me he visto, en plenas vacaciones, acercándome a alguna oficina, en algún país, para intentar solucionar algo, sin el más mínimo problema.

Este comportamiento no es ni recomendable ni deseable, pero cada persona es diferente: me gusta repetir aquello del "aprende de mis errores" porque, para mi fortuna, he cometido muchos.

Y sí: digo "fortuna"... Está bien equivocarse, siempre y cuando aprendas la lección.

Por eso, cuando llega el verano, y todo bicho viviente de pira a algún lugar del mundo a hacer el gambitero (me encanta que un guiri me dé lecciones de cómo es mi país gracias a las dos semanas que ha pasado en un camping en algún lugar de nuestra vasta y compleja nación), me gusta quedarme trabajando, viendo como la vida se ralentiza y, simplemente, se hace un poquito mejor.

Esa costumbre, que todavía conservo, viene de mis años viviendo y trabajando en Madrid, lugar donde el periodo vacacional veraniego, hace 10 años, era mucho más pronunciado que hoy en día y que, a su vez, lo era menos que hace 15 años, momento en el cual descubrí lo que una enorme ciudad podía ser cuando perdía un millón de personas durante 30 días.

La ciudad vivible

Durante aquellos Agostos que pasé en Madrid, descubrí bastantes cosas curiosas: la vida se desaceleraba, las noches se convertían en divertidas excusas para salir, conocer a desconocidos y, sobre todo, la capital del Reino se hacía vivible, un lugar donde el stress desaparecería, junto con las habituales colas en cines o lugares públicos en el centro de la misma.

Y los mojitos de La Latina... O los Granizados... Eso era impagable.

Mientras los días pasaban, a pesar del calor, el hecho de trabajar jornada intensiva (un extraño regalo de la industria de IT que, en los meses de verano, convertía la jornada laboral en una maratón de 8 de la mañana a 3 de la tarde, sin pausa para comer) te permitía salir pronto del trabajo y, directamente, irte a comer a algún sitio distinto del habitual para, después, tener toda la tarde y, toda la noche, para vagar por la ciudad, descubriendo así interesantes lugares donde, más allá de aquello que tuvieran dentro, uno apreciaba el aire acondicionado.

Todavía recuerdo el descubrimiento de una antigua (y enorme) torreta de agua, convertida en sala de exposiciones, de la sede del Canal de Ysabel II, además de tener siempre interesantes fotografías o pinturas, poseían en la parte superior un lugar donde sentarse y tumbarse que, además, conservaba un frescor maravilloso, circunstancia peligrosa porque a la mínima que te descuidaras, se podía convertir en un siestódromo...

Las siestas del verano... El Tour de Francia...

El fin del Sueño

Esos 30 días eran mágicos, repito: una ciudad adormecida y tranquila, insufriblemente calurosa durante el día, apetitosamente juguetona y abierta a la vida por las noches, donde el que aquí escribe soñaba con, simplemente, estirar esos días "un poquito más", mientras nadie a su alrededor parecía entender la magia que yo veía en estos hechos.

Todo sueño, eventualmente, termina y, como en la vida misma, el sonoro lamento de la alarma del despertador te informa que se acabó lo que se daba y que toca empezar otra vez la misma.

Esa vida, en Madrid, empieza esta tarde: cada año, a las 15:00 del último domingo de Agosto, me sentaba en el ventanal de mi apartamento y, mientras miraba a la calle desierta, empezaba a estudiar el despertar de la ciudad.

A partir de las 16:30 el tráfico empezaba a acelerarse y, a las 17:30, la ciudad retomaba otra vez su ruido y su velocidad habitual.

Sobre las 18:30, las calles se empezaban a llenar de personas, aprovechando que, precisamente por esto, las leyes de comercio permitían abrir en los domingos de Agosto, para ir a los supermercados de la zona y así llenar esos frigoríficos que, durante 30 días, estuvieron apagados o vacíos.

Y así, poco a poco, hasta las 20:30, momento en el cual, para los más rezagados, empezaban los pedidos de pizzas o servicios de comida a domicilio...

El despertar del gigante, cada año, fue exactamente así: "el caos dentro de un orden".

Y por eso, quizás, esta tarde, mientras hago 14 cosas a la vez, pienso en los coches de los vecinos que he echado de menos estos días: vuelvo a escuchar voces en los jardines aledaños y, quizás, estoy seguro, si hubiera ido al supermercado, habría visto a mucha más gente de la que suelo ver cada semana.

Es el último domingo de Agosto: la vida vuelve otra vez a su curso... Mañana volveremos a tener atascos, gente estresada al volante, niños yendo al colegio y la rueda de la vida retomando la velocidad de crucero.

Aunque, quizás, en realidad, todo sea mucho más sencillo de lo que he contado y es que, en el último domingo de Agosto, hace 14 años, algo dentro de mí se rompió y me llevó a, entre otras cosas, a acabar en otro país, con otra forma de ver la vida y con una promesa:
"No quiero acabar como aquellos a los que he visto"...
¿Quién sabe? A lo mejor es una falsa nostalgia...


Paquito
Emilio: sugerenciasapaquito (arroba) yahoo (punto) es
Twitter: @paquito4ever

Comentarios

  1. interesante Docker, si señor.
    Pues hablando de domingos hay una cosa bien curiosa que me pasa desde que estoy exiliado: He dejado de tener ese estado semidepresivo de los domingos por la tarde done 1 piensa: uffff, mañana lunes.
    No me pq, pero asi es.
    Saludos

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    Respuestas
    1. Buenas:

      Gracias por la visita y el comentario: un placer.

      A mí me daba los domingos a las 5 de la tarde: mis compañeros solían decir que el único día de la semana en el que realmente se descansaba era el sábado.

      Simplemente es la tensión: algo no va bien cuando un enorme porcentaje de la población no disfruta en absoluto su trabajo (que tampoco es que esto sea una discoteca, pero llegar al punto de empezar a sentir ansiedad el día anterior a la vuelta de la oficina, así a bote pronto, te dice que algo, en algún lugar, no va bien).

      Por aquí fuera tenemos derechos y, sobre todo, unos ciertos mínimos con respecto al trato entre empleador y empleado (que al final son iguales en todas partes, salvo por la parte de las formas: por allí abajo seguimos en modo "Los Santos Inocentes").

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    2. Asi es. Referencia ampliamente utilizada por mi para describir el pais que dejamos: "A mandar señorito, que pa eso estamos" haha

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