De la relatividad y otras milongas

Buenas,

Hace un tiempo que me he dado cuenta de que, hoy en día, cuando queremos llevar a cabo alguno de los sueños que alguna vez pudimos tener, el cinismo aparece cual Tsunami para echárnoslo por tierra.

Hace 2 posts, en la pequeña historia que hablaba del día que alguien dijo "la palabra prohibida", recordaba que, efectivamente, en ese particular ejemplo, un enorme ejercicio de coherencia (frente a la obligación del respeto de según que códigos) se hizo presente en la persona que, por fin, hizo realmente lo que le pidió el cuerpo (y quizás el corazón, ¿Quién osaría a decir lo contrario?).

Sin embargo, al hacer lo que uno desea hacer, frente a terceros, aparecen los famosos ejercicios de relativismo moral, los cuales, a su vez, son inherentes a nuestra extraña naturaleza.

Son los famosos distintos "raseros" o "varas de medir" que, según nos viene (o nos conviene) aplicamos de una determinada forma (implacable) o de otra (más laxa y comprensiva).

Viviendo además en un mundo donde la constante es un muy amplio espectro de grises entre el blanco y el negro, la cosa tiende a complicarse todavía más, porque no hay forma de ponerse de acuerdo o de, por lo menos, establecer una ley de mínimos.

Siendo razonable, por lo tanto, la posición óptima es aquella que te permite renunciar a según qué postulados para, como contrapartida, obtener el reconocimiento de otros.

Pero ser razonable es complejo y requiere de un esfuerzo que, muchos de nosotros, en según qué momentos, no estaremos dispuestos a aceptar (aquí mejor entonar el "Mea culpa", por aquello de lo del famoso "el que esté libre de culpa..." que, en mi caso, no se cumple).

Trabajo en una especie de Naciones Unidas donde, todos los días, interactúo con, como mínimo, 6 nacionalidades de 4 continentes distintos (como mínimo, ojito): esto, más allá de lo exótico de la historia, tiene su "intríngulis" (que decía el famoso torero coleccionista de ropa interior y de dicción más que dudosa), por aquello de que, cuando piensas que te entienden o, peor, que tu les entiendes a ellos, nos podemos llevar chascos importantes.

Ojo aquí por una cosa: no hablo de problemas idiomáticos (que eso, afortunadamente, ya lo tenemos superado hace mucho tiempo), sino de nuestro poso cultural como elemento adicional al mensaje oral u escrito.

La cultura, como parte de riqueza, es el ejemplo de como un tesoro milenario lleno de valor se puede convertir, de la noche a la mañana, en un peligroso problema a la hora de solventar una sencilla discrepancia de criterio entre dos personas.

Así por tanto, nosotros (entendiendo como tal al conjunto de individuos alrededor de la lengua materna en la que estás leyendo ahora mismo este texto) siendo de según qué formas y maneras, transmitimos  toda una serie de códigos que, para el no iniciado, pueden ser callejones sin salida a la hora de escucharnos.

Más de una vez me han dicho eso de que "los españoles parece que estáis discutiendo cuando habláis": uno no se da cuenta de ello, pero el día que, por fin, aprendes a dar un saltito en el espacio cultural y consigues ver la escena desde su punto de vista, resulta que los hispanohablantes, efectivamente, por nuestra expresividad, nuestros cambios de tono, el énfasis y la velocidad de las palabras, sonamos, en comparación con las conversaciones más sosegadas y de tono más bajo de por aquí arriba, como que, poco menos, estamos a punto de sacarnos las tripas o algo por el estilo.

Con el tiempo, ya digo, esta parte, poco a poco, ha sido solventada, no sin antes tener más de uno (y más de dos, y más de tres...) roces donde, llegado el caso, o la otra persona se desesperaba en su intento de explicación o, peor, yo acababa buscando una columna donde estrellar mi cabeza.
Nota: en su día, cuando alguien quería buscarme en el edificio de la empresa donde trabajo, siempre les solía decir: "Estoy en la planta x, en el ala y: busca una columna ligeramente abombada, porque es ahí donde suelo darme cabezazos cuando me desespero y por allí me encontrarás".
¿Cuál es el secreto? Un muy mucho de paciencia y un pequeño ejercicio previo con tu interlocutor donde, más te vale, le vas a explicar cómo eres (para que no se asuste :-)) y cómo aplicas tu lógica, cómo procesas la información y cómo, por deformación profesional, vas a jugar a "abogado del Diablo" incluso contra ti mismo (parte que suele generar cierto regocijo y curiosidad en la parroquia, con eso de verme buscándole las vueltas a algún argumento que yo mismo he planteado).

Haciendo un pequeño inciso aquí: estoy seguro de que tu madre (o tu padre, o, mejor aún, tu abuela) te ha dicho alguna vez aquello del "Eres el niño/a más guapo/a e inteligente del mundo"... Uno se lo suele creer hasta que un día, con la edad y la madurez suficiente, se da cuenta de que, ni somos Einstein (ya nos gustaría) ni somos Brat Pitt (o George Clooney, que aquí las escuelas de pensamiento se bifurcan un poco :-)).

Lo primero de todo es caerse del guindo: no, no somos tan especiales ni únicos, no somos frágiles copos de nieve, a pesar de que la probabilidad de que tu seas quien eres es de 1 entre 6 billones.

En realidad, eres tan común como cualquiera: eres un "regular Joe" o una "regular Jane"  que dicen en inglés, alguien que pasará por este mundo y cuya impronta, en realidad, será minúscula.
Dato: sólo un 0.000005% de la población en el mundo ha sido o es recordada por algo, así que, para empezar, la estadística ya juega contra nosotros.
Desaparecemos y, en dos generaciones, aquello que somos se irá con el olvido para siempre.

Si esto es así: ¿Qué hacer? Hay gente que se lo toma mal, por aquello de la necesidad de encontrarle un sentido a la existencia. Hay gente que, en cambio, utiliza esta situación para, precisamente, conseguir todo lo contrario.

El secreto de la eternidad se reduce a la sencillez: sólo aceptando que no sólo no eres Einstein, sino más bien lo contrario y, aceptando tu irrelevancia en el universo, consigues libertad creativa y, a partir de ahí, es cuando grandes cosas pueden hacer de tus manos y de tu intelecto.

Para cambiar el mundo (o para dejar una huella en él) deberías empezar por lo más próximo a ti: tu familia, tus amigos o tu trabajo, por poner entornos o ámbitos fácilmente identificables.

En mi caso, yo lo proyecto a través de mi pequeño hobby: mi pasión es la visualización de información de forma sencilla y coherente. Me paso horas y horas pensando en métodos y formas de mostrar algo de tal forma que, asumiendo que no soy Einstein, "hasta yo pueda entender".

Y ahí es donde tu magia nace: debes buscar aquello que de verdad te gusta en la vida. No seas cínico y no pienses en aquello que crees que es lo mejor para ti, sino lo que realmente quieres o te hace feliz.

Hay gente que elige "relaciones con gente", o "jardinería", "escritura", e incluso hay gente que siente una vocación hacia la enseñanza. Si ese es tu sueño, si esa es realmente tu pasión, ve a por ella, intenta desarrollarla en los ámbitos diarios y cotidianos de tu vida para, sin renunciar a lo que uno considera "material" (la famosa realidad que nos hace cínicos y escépticos), poder obtener una pequeña satisfacción personal derivada de la puesta en práctica de aquello que, dentro de ti, puja por tomar las riendas de tus sentimientos.

Si mi pasión es la visualización óptima de la información, hago lo imposible por aplicar eso en mi trabajo y en mi vida. Esto que a priori parece relativamente inocuo, supone a veces importantes quebraderos de cabeza pero, cuando lo consigo, cuando la bombilla se enciende y veo exactamente lo que quiero y soy capaz de expresarlo siguiendo mis parámetros, entonces soy la persona más feliz del mundo, porque voy a conseguir explicar algo y exponerlo de tal forma que, a partir de ahí, mi modelo podrá convertirse en una referencia a seguir.

Tu pequeña marca en el mundo (por etérea que sea) se consigue cuando tu eres precisamente eso, el modelo a seguir, cuando tu eres el referente, cuando los demás desean tener ese "algo" que tu posees y cuando los demás aspiran a, por lo menos, imitar aquello que tu has creado.

Hace un tiempo, trabajando en un proyecto, me encontré con uno de esos desafíos que sólo yo (en mi infinita rareza) disfruto: un sistema cuya complejidad hacía que su correcta explicación fuera, cuanto menos, "dificililla".

"Es un sistema muy complejo y tampoco se espera que todo el mundo lo entienda", me dijo alguien, justificando el porqué no se había creado un diagrama "edición fácil" para que, más o menos "cualquiera", pudiera, como poco, comprender a grandes rasgos cómo funcionaba.

Así que, sin dudarlo, me puse "manos a la obra" y empecé a documentarlo en una hoja de papel: dibujé las conexiones de los sistemas, qué iba de tal a cual cosa, qué sucedía en A y qué pasaba cuando B recibía datos de C (explicando de paso que eran A,B y C)...

Unas 5 horas más tarde lo tenía todo en el papel y, a partir de ahí, empezó el proceso más bonito (lo que de verdad disfruto) que era desarrollar un método para visualizar todo el mecanismo de una forma fácil y armoniosa, de tal forma que cualquier persona, "hasta yo", fuera capaz de entenderlo.

Fue una gozada: de pronto todo adquiere una forma sencilla, estableces los flujos, las fuentes, los procesos y las interacciones y todo parecía perfecto...

Pero había un problema: una línea que conectaba dos procesos, se cruzaba entre otras tres líneas: algo a priori "irrelevante" pero, como ya te digo, mi pasión es visualizar cosas de forma muy fácil y elegante, así que me pasé otro par de horitas buscando una solución para eliminar ese pequeño "cruce de caminos".

Todo debía ser armónico y sencillo: cuando las líneas se cruzan en un proceso de éstos, crean confusión. Visualmente, exiges a la persona que compute algo que no es relevante y que, en cambio, de forma indirecta, introduce "ruido" en su proceso de comprensión.

Así que, a las 21:30 de la noche, después de estar 2 horas pensando en cómo hacerlo, con mi habitual paseo "de acá para allá y vuelta a empezar" (recuerdo a un compañero mío, que trabajó en el ejército, diciéndome que su unidad, cuando estuvo desplegado en Irak, tenía órdenes de vigilar a gente que se comportaba como yo, porque era un comportamiento no convencional en una persona y, por tanto, sospechoso), vi la solución y, por fin, mi diagrama se había terminado.

Imprimí unas cuantas copias en A3 y las distribuí a algunos compañeros... Lo siguiente que recuerdo es que el personal empezó a pedirme copias del documento que creé: sé que hoy en día se utiliza para explicar ese sistema, sé que se utiliza como referencia de documentación y sé que, incluso, se han copiado los iconos para otras cosas.

Cuando tu pasión consigue algo así, es cuando, en tu soledad, sonríes y piensas que lo has logrado: no eres Einstein, no eres Brat Pitt, pero eres aquel que, para al menos una cosa, es una referencia.

Y créeme: no hay nada como ir al sitio de un compañero y ver tu diagrama pegado con celo al lado de su pantalla, cual póster de Chenoa :-))

Consigue ser ese póster: consigue ser una referencia de algo. Todos tenemos alguna habilidad más desarrollada que los demás, bien en la cocina, bien delante de un ordenador, bien en escuchar o tal vez en hablar...

Las preguntas son, por tanto ¿En qué eres realmente bueno o buena? y ¿Corresponde esa habilidad con tu verdadera vocación o pasión en la vida?

Si quieres, lo hablamos :-))

Un saludo: Ámsterdam Prevalece.


Paquito
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