Agosto en Madrid
Buenas,
No hay nada mejor que volver a casa después de unos meses por tierras lejanas: la sensación de cercanía, el sol, la comida, la gente y ese inolvidable e indescriptible sentido de pertenencia que, pase lo que pase, sigue ahí, agazapado, esperando su oportunidad para recordarte dónde está el faro que orienta tu vida.
Pasan los años, pasa el tiempo, nos hacemos mayores, más sabios, más locos algunos, más racionales los que más, pero siempre, no importa dónde ni cuándo, recuerdas, en esa perpetua batalla que llevas en silencio, que el hogar es aquel sitio donde uno baja la guardia, donde el arma, que cargas imaginariamente cada mañana, como el que va a la guerra, no tiene cabida, pues en el hogar, siempre ahí, vas a pecho descubierto, porque nada puedes temer, porque nadie te hará mal...
O eso pensé yo, quizás, los primeros días que he estado por aquí: bajé en son de paz, despreocupado, desprevenido, ignorando que, por mucho que ame esta tierra, debo también recordar porqué me he ido, porque por más que pueda amar (y créeme, lo hago) mi patria y mi hogar, está bien también tener en cuenta que es lo que, durante muchos años, pusiste en la balanza a la hora de irte.
Quizás ese fue el error: existe una curiosa costumbre por aquí que, casi como un marciano, me gusta observar desde un punto ajeno, como si yo no perteneciera de ninguna forma a esta cultura, y es nuestra costumbre del "regodeo en el dolor" que, si así me lo permites, te ilustraré con un ejemplo.
Imagina por un instante que vives en un lugar lejano y que, por tus circunstancias de vida, apenas tienes relación con un grupo determinado de personas (da igual el motivo: son gente que, a través de terceros, tienen cercanía contigo y/o viven o comparten intereses con esas mismas personas que, en última instancia, se relacionan con tus circunstancias).
Imagina, como digo, esta premisa social y ahora imagina que, en ese grupo, hay alguien que pierde a un ser querido, una terrible desgracia, como no puede ser de otra forma.
Los españoles tenemos un extraño complejo del deber basado en "el regodeo del dolor", esto es, que dadas las circunstancias anteriormente enumeradas, en un momento determinado se puede esperar que tu, que con esas personas ya apenas tienes nada que ver (tu, no tu entorno), tengas que iniciar el protocolo de contacto para, como el que no quiere la cosa, dar señales de vida ("¡Hola hola! ¡Que estoy por aquí") y, de paso, sacar el tema de la pérdida familiar de paseo:
"Esto... Que digo yo: que me han comentado lo de tu primo/sobrino/hermano/hijo"...
A partir de ahí, esto parece importante, hay que hacer preguntas del todo absurdas y que, analizadas por un extraterrestre (insisto), parecen buscar el daño de la persona para, así, conseguir remover su conciencia...
"¿Y qué tal? ¿Mal no? Si es que tiene que ser muy duro... ¿Tu todo bien? Supongo que no... Si es que claro, ha debido ser un mazazo".
El decir esto no quiere decir que tu, quizás, perteneciente a mi misma cultura, seas así o dejes de serlo, pero estoy seguro de que, al menos una vez en tu vida, fijo, has sido testigo que comportamientos similares.
Algo así me pasó hace unos días pero en un contexto diferente: alguien supo tocar las teclas de mi piano "aquí", lo cual supone que, como bajo en son de paz, literalmente me dio en la madre...
Malo... Muy malo...
Noche toledana en Madrid (las noches toledanas en Toledo son más tranquilas, créeme :-)) que acabó en la mañana del domingo conmigo, de pronto, recordando aquellos días horribles que tuve una vez, lo cual, dentro de lo malo, no deja de ser siempre un punto de aprendizaje y de recuerdo para nunca olvidar, para siempre tener en cuenta lo aprendido y saber qué hacer cuando algo así se activa.
El proceso fue lento, pero poco a poco fui tomando el control: mandé un mensaje que, unido a las circunstancias tecnológicas, no provocó la reacción que esperaba (cuando toca SOS, toca SOS).
Pero por desgracia, el "SOS" enviado en menos de 70 caracteres no funcionó, maldito en mi propia tierra y traicionado por mi amada tecnología (un SMS es la típica cosa que puede no sonar a tiempo, no recibirse o leerse cuando debe o, como sucedió, que la persona te intente contactar y que, simplemente, tu teléfono se niegue a aceptar ninguna llamada, porque al señorito no le apetece: no hay ningún mensaje raro, no me sean vuestras mercedes suspicaces o conspiranoides :-)).
Así que, dado que, durante estos años, he aprendido a aceptar que no hay respuestas y que, cuando estas cosas pasan, debo aceptar que estoy solo para, desde esa soledad, actuar y así solventar la situación.
Y así es como fue: careciendo de algunos elementos que, "en caso de emergencia", podrían haberme ayudado y zanjado el entuerto de una forma más rápida, tuve que enfrentarme a mis viejos demonios en soledad y con las manos desnudas, aceptándolo como un reto y una forma interesante de ver cuánto aprendí de aquellos días horribles que, durante algún tiempo, se alternaron con días buenos y malos...
El proceso es sencillo: lo primero es preguntarme a mi mismo que es lo que está pasando, mientras estudio todas las reacciones físicas de mi cuerpo. Entiendo todo lo que me sucede, escucho todo lo que me pasa, bien físico, bien psíquico, porque la siguiente tarea es la más interesante.
Es cuando me pongo a "jugar al Tetris"...
"Tetris", como bien sabes, es un jueguito inventado por un señor ruso llamado Alexei Pajitnov que se basa en colocar piezas de tal forma que, cuando todas las piezas crean una (o varias) lineas por la colocación de las mismas, las lineas desaparecen, dejando en la misma aquellos fragmentos inconexos que, con otras piezas que el juego te ofrece, intentarás rellenar para así eliminarlas.
Mi "Tetris particular" se basa en empezar a responder a todas las cuestiones que se me plantean en ese momento y que parecen atorarse en mi cabeza:
¿Qué es lo que está pasando?¿Quién te lo ha generado?¿Estás seguro de que es el/ella quién lo ha generado?¿No eres tu?¿Seguro?¿Qué sientes?¿Por qué lo sientes?¿Qué lo ha generado?¿Qué tienes que hacer?¿Lo estás haciendo?
Es un análisis de tipo secuencial donde, cada pregunta, requiere una respuesta, de tal forma que no puedo avanzar a la siguiente hasta que la actual sea perfectamente asimilada y respondida con una única condición (tan sencilla como compleja en estos tiempos que corren):
"Debes ser sincero contigo mismo".
Pero, una vez hecho el análisis, me queda el "cheat" o típico truco para hacer que la cosa sea más fácil:
"Sabiendo lo que sabes: ¿Es esto realmente importante?"
Y la respuesta, en última instancia, suele ser "No"...
"¡Pues vaya!" podrías pensar: "Para eso vas directamente a la última pregunta y te ahorras el resto"... Es una respuesta bastante buena, pero en este proceso lo importante no es responder a la última pregunta, sino lo que todas las preguntas anteriores te hacen pensar, lo que el análisis desvela, lo que la situación puede estar ocultándote.
Durante "mi otra vida" ("Los años de Gloria" que diría un famoso ex-banquero español que, como yo, hacía unos apuntes que te cagas) aprendí que, a veces, cuando uno cree que las cosas son de una determinada forma por un determinado motivo, en realidad existe algo oculto que, debido a las circunstancias, puede pasar desapercibido y ser el verdadero causante del problema.
Por poner un ejemplo sobre lo que digo: el trabajo, sobre todo en exceso, es un ungüento fantástico para tapar problemas en la vida: cuando los matrimonios van mal, uno de los dos empieza a huir hacia otros menesteres, bien jolgorio con terceros o, quizás, volcado quasi absoluto en la vida profesional, por aquello de que el trabajo, a grandes rasgos, suele ser un sitio más o menos racional donde, como digo, las cosas pueden carecer de sentimientos (que no de emociones).
Nunca olvidaré como, en aquellos años, escuché de boca de una persona una frase que me dejó con los ojos como platos:
"Yo, desde hace unos años, me dejo las vísceras en la mesilla de noche antes de venir al trabajo".
Lo creas o no, esa persona, años más tarde, me demostró ser (o al menos parecer :-)) un ser humano excepcional...
Y como soy como soy, un día le conté a esa persona que, la primera frase que le oí pronunciar fue precisamente esa :-))
Ella: Pues debiste pensar que soy un ser humano horrible.
Paquito: Pues ya verdad es que sí.
Ella: ...
Paquito: Pero ahora te conozco y veo que no eres tan así, lo cual es bueno :-))
Así que, en ese análisis, de unos 10 minutos, pude por fin poner orden en mi cabeza y, por fin, en ese lapso de tiempo, pude derrotarme a mi mismo y hacer exactamente lo que, tiempo atrás, me juré a mi mismo recordar para así, cuando algo parecido pudiera suceder, saber reaccionar de la mejor manera.
¿Por lo demás? Estoy de vacaciones, estoy descansando, leyendo y enseñando a los papis a darle caña al iMac (el Lion les mola cantidad :-)) mientras que, en mi soledad y en mi silencio, disfruto de horas y horas de tranquilidad para así, cuando vuelva, volver a agarrar ese arcabuz imaginario que, todas las mañanas, como un buen Tercio, cargo a mis espaldas para defender los dominios del Rey nuestro señor en tierras extrañas...
Porque, en última instancia, eso es vivir lejos de tu hogar: cargar un pesado arcabuz imaginario contigo, cada mañana, porque sabes que estás lejos del lugar donde uno va sin coraza y, en última instancia, tu siempre eres un ajeno en tierra de otros...
Y quizás ese es mi mal: ni siquiera aquí puedo ya quitarme esa coraza sin precauciones, cosa triste, aunque uno quiera seguir buscando ese sitio donde, por el poder de una sonrisa, como siempre, consiga abrir puertas y no esperar que según qué teclas se toquen.
Lo conseguiremos, aunque se tarde un poquito más de tiempo: la paciencia es una de mis virtudes, así que esperaré a tiempos propicios para hacer lo que toca ahora hacer :-))
Eso es todo: ¡El hogar Prevalece! :-))
Paquito
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