Soledad


Las estadísticas no mienten: seis de cada diez personas no pueden estar solas.

Por algo será, ¿No?

El caso es que yo pertenezco al grupo de los cuatro restantes y, dentro de este, la facción más dura, la que no sólo puede estar solo sino que, además, lo disfruta.

Demasiado a veces: no lo sé.

Mi madre me contó una vez que, siendo un bebé, un día me descubrió meciéndome solo: no sé exactamente cómo (mi memoria no da para tanto), había descubierto el sistema de balanceo de la cuna y, con las (cortas) entendederas que puede tener un recién nacido, aprendí a divertirme solo a través del movimiento de mi cuna...

Nunca fui particularmente brillante, pero casi todo lo que he aprendido en la vida ha sido en soledad y de la forma más sencilla: aprendí a nadar solo, por mi mismo, observando a los otros niños en la piscina.

En las clases (instituto y universidad) solía tomar apuntes pero, más que tomar notas, solía hacer muchas preguntas, insatisfecho por mi corto conocimiento y mi capacidad para, quizás, conectar los datos que te muestran el porqué de un hecho.

Por más años que pasé en aquella academia de inglés, de niño, sólo aprendí una ligera base del idioma del amigo Shakespeare: aprendí más viendo el telediario de la cadena estadounidense ABC que, por las mañanas, emitían en Canal + en abierto (y subtitulado), mientras desayunaba, que a través de los libros con extrañas conjugaciones de los famosos verbos irregulares.

Descubro solo, aprendo solo y planeo solo: desde los veinte años estuve viviendo solo en Madrid y, poco a poco, descubrí una verdad evidente, que no era otra que el hecho de disfrutar del silencio es, para mi, uno de los mayores placeres que existen...

El mejor regalo que me puedes hacer es una sonrisa en silencio: no necesito nada más.

Para mi gran pasión, sin embargo, recibí un curso de verano pero, a partir de ahí, inicié un proceso de auto-aprendizaje donde, a través del viejo método del "prueba-error", conseguí cargarme mi primer ordenador en los primeros veinte minutos de uso...

La segunda vez tardé una semana: la siguiente tardó un mes y, a partir de ahí, nunca más necesité ayuda (aunque tuve grandes maestros que me ayudaron en misteriosos entuertos: hoy en día, como resultado, soy capaz de crear y mantener una máquina funcionando en su nivel óptimo durante años ).

La soledad y el silencio conllevan, generalmente, el acto de la reflexión: cuando uno está consigo mismo, sólo le quedan sus pensamientos... Desconfía de la gente que no pueda estar sola: suele ser signo de que hay algo dentro de ellos a lo que no quieren mirar.

En los días buenos, es maravilloso compartir tu felicidad y tu estado con los demás: los días malos, en cambio, requieren un poco de introspección para entender porqué algo no va bien.

Los días horribles es donde nuestros mecanismos de defensa buscan, a la desesperada, alguien a quien agarrarse para sobrevivir: somos un animal social y esa es nuestra naturaleza.

Habiendo vivido todos ellos, sin desear jamás que pases por el camino que, una vez, yo tuve que recorrer, reconozco y suelo contar que, pasado el tiempo y, con el debido sentido de la perspectiva, es lo mejor que me ha podido pasar: cuando las cosas se tuercen y estás a punto de perder la fe en ti mismo y en todo lo que te rodea, es cuando uno mira a lo que tiene dentro y descubre quién es de verdad.

He aprendido a aceptar quien soy, he aprendido a no ceder, a decir que no, a marcar mi camino, a renunciar a todo aquello que no quiero o no deseo y, en última instancia, he sabido ganarme el respeto hacia mi mismo porque, como siempre digo, sólo le debo explicaciones al tipo que está enfrente de mi cuando me miro al espejo y, mientras la persona que vea en ese espejo no me decepcione, debo seguir.

Primera regla del libro: nunca te mientas a ti mismo.

Nunca.

"El cuento de Blancanieves" no es precisamente de color de rosa: Ortega y Gasset decía de forma acertada que somos "nosotros y nuestras circunstancias" y mientras que en lo primero tienes un enorme grado de decisión, en lo segundo hay factores que, por motivos obvios, no puedes cambiar y debes aprender a lidiar con ellos...

O no: siguiendo el ejemplo del gran tenista, Pete Sampras, he aprendido a no correr las pelotas que sé que están perdidas, enfocándome el devolver aquellas que sé que, bien golpeadas, me pueden dar un golpe ganador.

En ese simil, es donde siempre hablo de Nadal y Sampras: Nadal es joven y, durante los primeros años, mataba a sus rivales minándoles la moral, es decir, que cuando alguien te devuelve todo lo que le tiras, empiezas a tomar más riesgos en el golpe, resultando esto en, poco a poco, más errores, frustración y más golpes arriesgados que generan el círculo vicioso de la derrota.

Que se lo digan a Roger Federer, "el jugador perfecto", una máquina del tenis que, contra Nadal, en un determinado lugar (París, siempre París :-)), no es capaz de ganarle (síntoma inequívoco de bloqueo mental: Federer es mejor que Nadal: este último lo reconoce en su biografía, así que tranquilidad la tropa :-)).

Pero Nadal, que además de semi-divino, también es humano, poco a poco ha empezado a sentir las consecuencias de "devolverlo todo": las rodillas empiezan a fallar y, obviamente, su juego cambia (el modelo Sampras, que fue un jugador alucinante también).

Cuando uno es joven, debe intentar devolverlas todas y, cuando uno se hace mayor, debe aprender a ser más selectivo en el juego.

Aprender a gobernar la soledad, si no estás acostumbrado, es relativamente complejo, pero altamente gratificante: nadie, repito, NADIE, mejor que tu para darte consejos, para comprenderte, para ofrecerte una respuesta a algún problema.

"Confía en tu intuición": el mensaje que encontré en una galleta de la fortuna y que, gracias al silencio que gobierna mi vida, puedo utilizar cuando lidio con lo que me rodea, con las cosas que vivo, en esa eterna cuarta planta de una biblioteca maravillosa donde, de vez en cuando, escribo mis pensamientos y viajo, a través de una pantalla, hasta lugares inverosímiles en el pasado, presente y futuro.

Sólo ha habido una vez donde la soledad se convirtió en aislamiento... Fue aquí, hace unos tres años: una de esas épocas de "días horribles" que, en silencio, acometí como buenamente pude, con mis habituales quejidos vitales que, como todo español, sólo demuestran una parte del problema y nunca su totalidad...

Quejarse es bueno: no hacer nada, una vez que te has quejado, no.

Repito: quejarse es bueno, pero no hacer nada una vez que la queja se ha expresado, no lo es.

Soy un quejica: "mea culpa"... Me gusta quejarme: ¡Qué coño! ¡Me lo merezco! Desde hace algunos años observo, no sin falta de preocupación, a los del rollito "positivista a toda costa" que, básicamente, te vienen a decir que si te pica te jodes y sonríe, que ellos "no quieren a gente negativa a su lado", sosteniendo poco menos que, casi de forma mágica, si uno se pasa el día sonriendo o ignorando la realidad, las cosas cambian.

Si alguien encuentra alguna diferencia entre lo del "rollito positivista" y cualquier credo religioso que se le venga a la cabeza, que me escriba y me lo explique: buscar el misticismo desde la negación religiosa es, desde un punto de vista racional, poco menos que la cuadratura del círculo.

El ser humano necesita respuestas: cualquier chorrada medianamente convincente es adoptada como verdad absoluta... Antes adorábamos a iconos en lugares sagrados y, hoy en día, adoramos a los escritores de libros tipo "El Secreto" y cosas similares.

Sonreír está bien, por supuesto: una vida llena de buen humor es saludable, eso es indudable, pero la negación de la realidad, pretendiendo que, de forma mágica, las cosas cambiarán porque sonreímos mucho, pues verán, me cuesta creerlo.

Ejemplo: si fuera así, aquí en Holanda hay unos sitios donde te venden unas hierbecillas que, debidamente vaporizadas o en forma de incienso aspirado, crean situaciones similares a los que los postulados de arriba pretenden llegar.

O sea: que si estuviéramos todo el día fumados, seríamos más felices, cosa que no puedo negar pero, como todo, hay un límite (habría un momento en el que el colocón se te pasaría y la realidad volvería a ponerte en tu sitio).

Si fuere así, entonces la tonadillera ("Dientes, dientes: ¡Que eso les jode mucho!") llevaría una vida mejor que la que, en los últimos tiempos, le tocó vivir.

Para poner esto en contexto (que el personal puede ser muy cermeño cuando se pone), vaya por delante, otra vez mas, el principio irrenunciable:

" Quejarse es bueno: no hacer nada, una vez que te has quejado, no."

Dicho lo cual... No...

No... No... ¡NO! ¡Ni de coña! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No!.. ¡NO! ¡JODER! ¡NO!

Una de las características esenciales del ser humano en este mundo es nuestra capacidad para ser "auto-conscientes": analizar nuestras emociones y transmitirlas nos permiten poner en marcha, además, la portentosa capacidad de la empatía que, la mayoría de seres vivos, poseen en el mundo.

Verán Vds: ir por la vida de Kalimero, gimoteando y dando siempre pena, con el tonillo victimista, no es precisamente santo de mi devoción (hay "víctimas profesionales": todos, más tarde o más temprano, en algún momento, tenemos problemas pero, cuando no se intenta luchar contra ello, entonces la cosa cambia de color) pero, dicho lo cual, puedo comprender porqué una persona se siente así y, por lo menos, en mi caso, dedicarle un ratito para comprender qué sucede y, en la medida de lo posible, ayudar a la persona, no a través del confort sino a través de la reflexión (no alimentes la pena: ayuda a comprenderla para así eliminarla).

Por eso, esa actitud del "a mi no me cuentes problemas" no me resulta particularmente agradable o aceptable: tener gente a nuestro alrededor es, en última instancia, como aquellos votos que uno juraba ante el altar, con la broma del "en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza" y que, si uno de verdad se precia de llamarse "amigo de alguien" es, precisamente, para, por lo menos, dar un ratito de tu tiempo a esa labor.

Esto (para que nadie se llame a equívocos) dicho por alguien que, efectivamente, te dedicará un ratito pero que, un día, en silencio, desaparecerá de tu vida y al que, quizás, no volverás a ver jamás...

Pero ese ratito te lo garantizo: es lo mínimo y, créeme, es mucho más de lo que otros harán por ti (más allá de la palmadita en la espalda y el consabido "Pues nada... ¡Huy qué tarde! ¡Me tengo que ir! ¡Ya si eso hablamos otro día!").

Te ha pasado alguna vez, ¿Verdad?

Los que me conocen saben cómo me quejo: me revuelvo contra aquello que no me gusta, lo hago patente y latente, lo verbalizo, lo describo y , con precisión quirúrgica, saco y pulo cada una de las aristas porque, en mi comprensión del mundo, cuanto más clara sea la idea que deseo transmitir, espero que la respuesta que reciba sea capaz de ver algo que yo no estoy viendo.

La soledad te ayuda a pensar: en mis caminatas nocturnas, cuando voy hacia casa y a la policía no le da por pararme (claro: es que no es normal que un no-rubito sin ojos azules pueda ir caminando por la calle en una zona adinerada: ¡Hasta ahí podíamos llegar!) proceso las cosas que me suceden y, una vez a la semana, en la oficina, los hispanohablantes nos reunimos para celebrar un almuerzo y hablar de nuestras cosas...

El 11 de Noviembre de 2011, una compañera sugirió, con motivo del 11/11/11, reunirnos y, simplemente pasar un ratito juntos.

Cerré una sala y, a las 11 de la mañana, varias personas nos metimos en la misma para, siguiendo el plan, dar las gracias por algo que tuviéramos en la vida...

Curiosamente (Dios los cría), todos coincidimos en dar las gracias por la gente que estábamos en esa sala, por la enorme fortuna de poder compartir nuestras vidas un ratito a la semana y, lo que se suponía que iba a hacer un ratito comiendo galletas y pasteles, se convirtió en un ejercicio de catarsis que, como dijo una compañera mía, "debería repetirse"...

Da gusto poder soltar lo que uno lleva dentro: entiendo que hay gente que no desee escuchar aquello que no suene como uno desea (cada persona lidia con la realidad de la mejor forma que puede), pero hace bien el poder expresarte, de forma libre, ante gente que es capaz de ponerse en tus zapatos (empatía: lo primero que echarás de menos al venirte aquí... Avisado quedas).

Los años pasan y la soledad es mi constante: mi forma de catarsis es un blog donde escribo mis pensamientos... Algunos lo llaman hipocresía y, bien pensado, creo que pueden tener razón pero...

¿Y qué? ¿Vamos a vivir acorde a lo que otros piensen?

¿O vamos a gobernar nuestro destino como mejor creamos que se debe hacer?

La respuesta está dentro de ti... Un par de horitas en soledad, en silencio, sin nadie a tu alrededor, sin música, sin nada...

Sólo tú y tus pensamientos.

¿Te atreves?

Eso es todo: ¡Amsterdam Prevalece! 


Paquito
sugerenciasapaquito (arroba) yahoo (punto) es

Comentarios

  1. Simplemente, magistral. Te voy a llevar a mis clases de español. Enhorabuena

    ResponderEliminar
  2. Hola Alfonso,

    Gracias por tu visita y por tu comentario: todo un placer :-))

    No me asustes a "los cachorros de los indígenas", que quizás no estén preparados para el pensamiento multi-nivel (recuerda: despacito, ideas sencillas y explicadas de forma lineal, que si no entran en bucle infinito :-))))).

    Un abrazo y, de nuevo, mil gracias por tu visita y por tu comentario :-))

    Paquito.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Todo comentario, siempre y cuando sea educado, es bienvenido.

Quizás te pueda interesar...

Es cuestión de organizarse

Cuando sí puedes soportar la verdad

Tener un coche en Holanda

Cuando Holanda fue productor de cocaína más grande del mundo

El banco colonial de Amsterdam