El artículo de la discordia

Hola,

Hace unos días, con eso de que, por más que lea y relea DutchNews, sigo conectado con la actualidad de mi país, una buena amiga (guatemalteca, en este caso) me envió un artículo publicado en el periódico EL PAÍS donde, entre otras cosas, un español viviendo en Estados Unidos venía a decir que, a pesar del éxito profesional y de las oportunidades económicas que dicho país le ofrecía, se volvía finalmente a España por todas las cosas que echaba de menos.

El artículo (accesible haciendo clic aquí) es muy interesante porque, como cada persona es un mundo y, con esto de la crisis, miles de españoles "por fin" se han cogido la maleta y se han ido a ver cómo son esos lugares lejanos donde, según los que se quedan (y que generalmente no han salido del terruño) "no tienen ni punto de comparación".

Personalmente, el artículo tocó algo muy profundo en mí: en las palabras de su autor (firmaba como "Jesús") podía sentir las tres fases por las que uno pasa cuando se va a vivir a otro país (en especial, cuando es su primera vez).

Nos vamos por mil motivos: actualmente, el principal es el económico, cosa a tener en cuenta porque, cuando la necesidad apremia, el proceso de decisión se simplifica enormemente.

Pero esa no es la única razón: otros se van buscando aventura, así como otros siguen al amor hasta el fin del mundo, al igual que los hay que se van buscando aquello que su país no les ofrece. Otros "huyen" de algo, sea de su familia, de la miseria, de los prejuicios que les rodean o, peor, de complejos de identidad o clase que intentan eliminar partiendo de cero en otro lugar (los hay hasta que se cambian el nombre y renuncian a hablar su idioma materno).

Todos elegimos, en última instancia, los motivos por los cuales gobernamos nuestra vida y "esto", que no es otra decisión más trascendente que las demás, sólo demuestra el porqué eres de según que forma y cuáles son tus principios.

Irte de tu país es bueno y eso no es discutible: aprender y descubrir otras formas de vivir la vida te da perspectiva, te enseña cuan afortunado eres en algunas cosas que dabas por supuestas, te muestra que aquello que pensabas que no era posible sí lo es y, de paso, te empuja a reflexionar que, quizás, a pesar de lo que estás viendo, en otros lugares será a su vez diferente.

En el año 2001 abandoné Francia entre lágrimas (y, aunque unos meses antes de la partida, habría jurado y perjurado que esas lágrimas serian de alegría, resultaron ser de una pena sobrecogedora) y, al volver a mi país, tuve unos cuantos meses donde, simplemente, me di cuenta de que estaba fuera e lugar.

También me di cuenta de que, una vez que las aguas del río volvieron a su cauce, ya no era la misma persona: había cambiado y ese cambio me había hecho alguien distinto, con todo lo que eso conllevaba.

Las experiencias que uno obtiene en “el viaje a Ítaca” varían según un importante número de factores: el principal es el "choque cultural", en tanto en cuanto, tu grado de afinidad o compatibilidad con la cultura que te va a recibir condicionará todo aquello que veas, vivas y sientas.

"Dos no discuten si uno no quiere", es un maravilloso proverbio que ejemplifica también que tu experiencia se verá afectada no sólo por factores externos (clima o cultura, entre otros, del país que te recibe) sino que también por factores internos (tu voluntad o capacidad para adaptarte al cambio y a las nuevas circunstancias que se originan como consecuencia de la dinámica de la realidad que te rodea).

Por eso la historia de Jesús me conmovió: en la primera parte describe el porqué de su partida (un chico bien formado, como muchos otros en España que, dado el actual modelo productivo y la crisis salvaje derivada del mismo, decide intentar conseguir una vida mejor y acaba trabajando en Estados Unidos) y, hasta ahí, ya digo, entran las condiciones de la misma.

En la segunda parte del artículo, es donde se cuece el meollo de la vida en otro lugar: de pronto, aquello que uno buscaba satisfacer se consigue, pero otras cosas que, hasta ese momento, se habían tomado por supuestas o, simplemente se desconocían, aparecen en la escena.

Abraham Maslow fue un psiquiatra que, muchos años atrás, elaboró una famosa pirámide de necesidades del ser humano donde, venía a decir en el fondo, que cuando uno tiene hambre, no tiene tiempo para deprimirse y que, cuando uno lo tiene todo, entonces sí, hay tiempo para deprimirse y encontrar los distintos vacíos que conforman nuestro alma.

Nuestro protagonista encontró un cierto éxito profesional en América (que era, en primera instancia, lo que le movió a irse, por cuanto su país no le ofrecía lo que, gracias a su excelente formación, podría alcanzar) pero, después de un tiempo, descubrió que la cultura en la que estaba viviendo no era compatible sus valores y, de pronto, el tipo puso en la balanza ambas cosas y decidió que, para él, el éxito profesional no era tan importante como estar cerca de su cultura y su mundo.

¿Quién no entendería eso? Al menos yo sí lo hago, aunque no lo comparta... Mi historia, en realidad, funciona justo al revés: me cansé de un país que, durante unos años, pensó que los perros se ataban con longaniza, donde a la gente se le condena a la semi-esclavitud con sueldos de miseria y donde, eso sí, te dejan muy claro que "esto es lo que hay", indicándote donde está la puerta si no te gusta y, cuando uno va y la toma, encima le odian, "porque el muy cabrón se ha ido de rositas".

Esa es la tierra que dejé atrás hace ya unos años: la misma tierra que extraño cada día de mi vida, la misma tierra genial que calienta mi corazón con su idiosincrasia, con su forma de entender las relaciones humanas y su forma de ver la realidad y afrontarla.

La misma tierra que, como buen español, amo y odio por igual (esa es nuestra dualidad y, también, nuestro mayor tesoro).

Pero para mí, de momento, la vuelta se torna lejana: no se dan las condiciones que considero necesarias para, finalmente, obtener "la cuadratura del círculo" y así obtener lo que quiero en la vida (a pesar de que, en mi corta experiencia, encontré un lugar donde casi conseguí resolver la ecuación, pero eso, como la condena de Sísifo, es otra otra historia).

Entender que cada persona posee valores diferentes y distintos a los propios, es el comienzo de la madurez: lo más bonito del artículo no es, precisamente, el final del que algunos querrán sacar tajada (es fácil: les oirás decir "claro, es que en España como en ningún sitio") sino la reacción de algunos lectores que, entendiendo su tragedia (el descubrir que sus valores no son compatibles con aquellos que su cultura de acogida posee), deciden aconsejarle que intente otro lugar, "vente a Europa: aquí las cosas son diferentes" le dicen, porque, supongo (esto ya es teoría mía) que no quieren que un chico brillante vuelva al redil del que un día salió, precisamente por la falta de perspectivas laborales.

Mi esperanza es que ese detalle, ese “vente a Europa, que aquí las cosas son diferentes”, es el cambio que deseo que se produzca: los que estamos fuera, poco a poco, parece que aprendemos a cooperar, por más que, a veces, alguno se encuentre a algún cernícalo que, ya más mayor y, ¿Quién sabe? A lo mejor hasta más sabio, hoy en día, a lo sumo, te hacen sentir pena.

Porque el vivir fuera te da perspectiva, te obliga a pensar, a salir de tu preciosa zona de confort, dónde uno conoce las reglas y los términos donde uno, en última instancia, no tiene porqué tener ninguna pretensión de desafiarse a sí mismo para ver la realidad de forma diferente.

El miedo al cambio siempre está ahí: “mejor malo conocido”... Venimos de una cultura bastante cobarde, de una cultura extremadamente conservadora con respecto al riesgo: olvidamos que, precisamente, todos los avances de la humanidad se han basado en, precisamente, personas que un día dijeron “No: esto no es lo que hay” y, quizás, deberíamos empezar a educar a nuestros hijos en ese postulado: “arriesgarse es normal, cometer errores es bueno y aprender de ellos, sobre todo, es mucho mejor”.

Deseo que Jesús encuentre finalmente la paz que busca en su casa: ha descubierto que aquello que le movió a tomar una decisión valiente no es en realidad lo que dirige su vida...

Él ha aprendido de su lección, pero otros muchos no lo harán nunca: se conformarán con lamentar su suerte, lamerse las heridas, estar toda la vida compadeciéndose de algo que quizás deberían hacer y no lo hacen.

Y quizás, por eso, deba entonar yo también el Mea Culpa, mirarme al espejo y decirme a mi mismo:
“Si fuiste tan feliz en Alemania... ¿Qué cojones haces aquí?”
Afortunadamente, “there’s a plan for that”, aunque, aprendiendo de alguien a quien admiro, "las cosas deben de ser a mi manera, o no serán".

Recuerda: cada vez que pierdes una batalla, aprendes una forma más de no ganar la guerra.

Eso es todo: ¡Ámsterdam prevalece!


Paquito
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