Sobre modos y formas

Buenas,

Sé que últimamente no sueno demasiado alegre: las cosas no son a veces como uno desea y, aunque no sirva como excusa, sí valga como gesto de que, en primer lugar, toda solución comienza sobre el reconocimiento del problema.

Dicho lo cual...

Hoy me gustaría hablar de algo que proviene, a su vez, de otra persona: hace un tiempo una bloguera española que vive en Holanda (“Pelocha”, en honor a su precioso animal de compañía) terminaba uno de sus posts diciendo que (cito):
“Creo que me estoy convirtiendo en un monstruo insensible.”
El resto del artículo (para entender el contexto de esa afirmación) es accesible haciendo clic aquí aunque, si me permites la recomendación, te diría que te suscribas y que sigas sus aventuras (la verdad es un cúmulo de opiniones dispares: duda de todo aquello que yo te cuente, salvo que escuches lo mismo en diez personas distintas que no se conocen entre si... Entonces, “probablemente”, la cosa sí podrá tener tintes de realidad :-)).

Cuando uno pasa tiempo en alguna circunstancia concreta, acaba adaptándose al contexto de las mismas.

Así por tanto, si uno empieza a vivir entre pescadores, acabará pensando como un pescador o, si uno vive entre suecos, por más cerrada que pueda ser su mente, un día, seguramente, alguien que no lo sea le dirá “Tío: ¡Has cambiado!”.

Mi experiencia por estos lares es dispar en muchos aspectos, de ahí que, si lo deseas y tienes un ratito, te puedo contar lo poco o mucho que sé sobre algunas disparidades culturales que vivo en mi día a día.

La primera en la frente suele ser que los nórdicos en general (y los holandeses en particular) suelen ser bastante directos y (en general) honestos en sus afirmaciones y con su interacción con otras personas.

En mi análisis de las causas, llego a la conclusión de que la cosa puede estar provocada por la religión, dado que uno de los pecados capitales en estas sociedades es la mentira.

Ejemplo ejemplar: lo que sentó mal con lo del caso Lewinksy-Clinton no fue que el amigo se estaba ventilando a la becaria, sino que mintió cuando se le preguntó por ello.

Hipocresías a parte, ese funcionamiento crea tensiones con culturas donde las cosas se suelen poner entre algodones para evitar conflicto con la otra parte.

Esa es quizás la diferencia principal: nosotros intentamos evitar el conflicto personal (por eso ponemos las cosas entre algodones y tratamos las cosas como si estuvieran rellenas de dinamita), mientras que ellos intentan evitar el conflicto explicando lo que sienten y piensan, para así hacerte saber lo que hay que puedas contestar de la forma que consideres oportuna.

Partiendo de la base de que estoy muy muy muy mayor, la aproximación de “las cosas por delante” me gusta, aunque no ha sido fácil, porque, por mucho que nos podamos creer ciudadanos de mundo "y bla bla bla", en realidad uno no sólo es de donde es, sino que en algunas cosas lo lleva a mucha honra (como en otras siento verdadera vergüenza ajena, también es verdad) y, con ello, la cultura que has mamado desde que eres niño.

La primera vez que tuve mi primer “cara a cara” con un problema profesional “en modo holandés” fue hace unos tres años, y recuerdo que el corazón estaba a  punto de salirme por la boca, de igual forma que la voz me falló al empezar a hablar a aquella persona.

Pero siempre hay una primera vez y, poco a poco, con los años, he ido adquiriendo más soltura, porque dicen que el Diablo sabe más por viejo y porque, como ya digo, uno se va haciendo al paisaje y cuando te quieres dar cuenta estás en tu puesto de trabajo almorzando a las doce de la mañana con un sandwich y tomando una tarrinita de leche fresca en menos de veinte minutos...

Sí amigos: ¿Quién me lo habría dicho a mí? Y sin embargo, así estamos.

Esa “brutal honestidad” a la que algunos no se acostumbran, la aprecié hace unos años en Alemania, con la diferencia de que, también es cierto, “en general” (de todo hay por el mundo: “duda de mis palabras”, recuerda :-)) me encontré una sociedad “donde SÍ era SÍ y NO era NO” y, eso sí (ESA es la diferencia) se utilizaba siempre un tono amable y educado.

Quizás eso es lo que nos llama la atención a los sureños: al volver de Francia, recuerdo la extraña sensación de ser la única persona que, al entrar en un ascensor, o en un edificio, o en una tienda, daba las buenas tardes, pedía por favor si podían ayudarme o, simplemente, al ir a comer, deseaba a los demás un buen provecho...

Y sin embargo, aunque esos pretendidos modales estuvieran ahí, puedo afirmar sin género de duda que, a grandes rasgos, las costumbres francesas nos pueden resultar tremendamente hipócritas (todo con por favor y gracias, sí, pero tu date la vuelta y verás la de cuchillos que acaban clavados en tu espalda).

“Es que aquí son muy directos”... No sé a qué está acostumbrado el personal, pero a mí no me resultan tan “directos”...

Sí me resultan, sin embargo, en según que contextos, “impertinentes” o “maleducados”, quizás fruto de esa forma de hablar las cosas de forma directa con esa completa carencia de modos.

Verás... “Ser directo” para mí es decir lo que uno piensa y sin rodeos: ser directo, MUY IMPORTANTE, no implica necesariamente el ser maleducado, sino simplemente plantear las cosas de forma constructiva, mientras no pierdes un ápice de razón o firmeza en el enunciado.

Te voy a contar una historia que le pasó “a un amigo” y cómo actuó de forma directa, educada y constructiva.

Nuestro amigo el hombre es guiri... Lleva unos años en Holanda y trabaja en un entorno multinacional rodeado de gentes de todas partes y condiciones. Sin embargo, en su entorno, está rodeado de holandeses y, aunque el idioma de negocio es el inglés, lo cierto es que la gente utiliza su lengua nativa cuando puede, de igual forma que mi amigo utiliza la suya cuando su propósito así lo requiere o lo desea.

No te confundas: si para hacer tu trabajo mejor te es mejor usar tu lengua materna, entonces bienvenido sea (yo no voy a hablar en inglés con un español si estoy hablando con él y nadie que no sea hispano-parlante asiste a ese diálogo).

Pero a veces, el idioma, que es motivo de riqueza, puede también ser usado como arma y motivo de fricción... Y no sólo en un entorno profesional: el mundo está lleno de conflictos personales y políticos donde, entre otras armas, se utiliza la riqueza o diferencia cultural, bien en usos, costumbres o idiomas, como arma arrojadiza contra el que se quiere uno distinguir (no sé si le suena el cuento a alguien :-)).

Mi amigo al parecer estaba trabajando en un proyecto con varias personas pero, por dinámicas profesionales, otras personas a su vez trabajaban de forma satélite en tareas que irian justo después de que ese proyecto finalizara.

Entre esas personas, hay dos holandeses que, en general, ejecutan tareas en proyectos concretos y que, por tanto, hablan holandés entre sí cuando nadie más está involucrado.

Hasta ahí, nada que objetar (no creo que nadie tenga nada que decir al respecto).

Hace poco, mi amigo tomó una serie de decisiones en su proyecto y, de pronto, estos dos holandeses aparecieron delante de él y se pusieron a hablar en el idioma de Rembrandt.

El problema surgió cuando, mi amigo (su padre dice que es “medio tonto”, pero de vez en cuando tiene algún destello que podría poner en tela de juicio dicha afirmación paterna) planchó la oreja en la conversación y entendió de qué se estaba hablando...

Básicamente se criticaban sus decisiones en uno de sus proyectos, dando de paso opiniones de grado sobre las mismas y dirigiéndose de forma poco respetuosa hacia él...

Mi amigo “es de por allí abajo”: tiene sangre roja y caliente en sus venas, no ese repugnante brebaje llamado Karnemelk (Alfonso: ¡Has perdido puntos aquí! :-)), de ahí que su primera reacción fue poco menos que jurar en arameo, sánscrito y sumerio a la vez (mi amigo, cuando se enfada, es un encarnizado amante de las lenguas muertas) mientras su cabeza daba vueltas cual niña de “El Exorcista” en pleno trance satánico...

Va a ser que su padre tiene razón... :-))

Pero después de la instintiva reacción pseudo-psicópata, vino el tiempo para la calma y la reflexión, de ahí que, lo primero, fue convocar una pequeña reunión con la persona que hizo esos comentarios mientras, al mismo tiempo, conversaba con la otra persona (la que escuchaba) acerca de lo sucedido.

Tono firme y serio, pero siempre sereno: “Tienes razón: lo siento” confesó el primero, aunque, como dice mi amigo, tampoco esto sirve de mucho, porque donde hay confianza da asco y ellos se conocen hace tiempo (no es la primera vez que algo así ha sucedido).

Con la otra persona, en cambio, era la primera vez que se iba a plantear una situación similar, así que ahí debes tener cuidado: en estos años, en situaciones similares donde mi amigo ha sido sujeto activo o pasivo, se aprende que hay dos formas de decir las cosas y que, aunque ambas implican una misma dirección del lenguaje, una resulta más constructiva que la otra.
Ejemplo de sinceridad brutalidad: ¡Eres un maleducado por hacerme burla! ¡Te odio!
Ejemplo de sinceridad constructiva: Corrígeme si me equivoco, porque estoy seguro de que hay una explicación para ello... Antes te he visto haciéndome gestos y me ha parecido que me hacías burla... Me sentí ofendido y quería hablar contigo para hablar de esto.
Lo primero no da pie a la discusión: has dejado claro el mensaje, sí, pero no das capacidad a la otra persona para explicarte, porque básicamente le acabas de poner a la defensiva (el primer bofetón se lo ha llevado de guays).

Lo segundo establece que has visto algo que crees que es una burla, lo cual te ha hecho sentir mal y te gustaría saber si son imaginaciones tuyas o, si efectivamente es lo que es que has visto, poderlo discutir por si a lo mejor hay algo que puedes hacer al respecto.

Claro, que cuando uno esta jurando en sumerio y tiene los ojos como huevos de paloma, no llega a ese complicado razonamiento: en ese momento, como el brujo de Indiana Jones, quieres arrancar corazones y sacrificarlos a su Dios pagano...
“KALIMAAA... ¡KALIMAAAAAAAAA!” :-))
Algo similar tuvo que hacer mi amigo en la situación que tenía delante de sí, así que transcribo su conversación (aunque estoy seguro de que habrá cosas que se le hayan podido olvidar o simplemente yo no haya podido entender bien, “según su relato”).
- Quería hablar contigo... Verás: el idioma, usado como herramienta, es una forma de ganar productividad... Cuando trabajar en un idioma concreto le hace a alguien ser más efectivo, comunicar o entender mejor su cometido, dicha herramienta es siempre bienvenida. 
El problema viene cuando esa herramienta se convierte en un arma: establecer opiniones con respecto a cosas en lo que terceras personas trabajan usando una lengua como forma de barrera hacia personas que están directamente involucradas en el asunto no es algo apropiado, en especial cuando esas personas están enfrente de ti y te entienden, quizás no al 100%, pero sí lo suficiente para saber de qué se está hablando. 
Te insto a que por favor a que expreses dichas opiniones a esas personas en un idioma común, en este caso en inglés, porque estoy seguro de que tienes muy buenos argumentos y todo buen argumento es siempre recibido y estoy seguro de que esa persona esta interesada en conocerlos... 
 Quería escuchar tu punto de vista...
¿Que acaba de suceder? Muy sencillo... Has establecido un marco de discusión, has establecido que algo que vas a discutir, “per sé”, no es malo, sino una parte peculiar de lo que la conversación conlleva... Has elaborado una respuesta firme pero educada y le acabas de dar a entender al gachó que le entiendes y que se ande con mucho ojito...
- Lo primero de todo es disculparme... Tienes razón: lo segundo es que no sabía que tu estuvieras involucrado en esa historia, de ahí que procediera de esa forma...
Esto último no es enteramente cierto (mi amigo entiende el idioma y sabe que este tipo de cosas han sucedido en ocasiones anteriores): antes de establecer una actuación de este tipo, debes de estar seguro de que no es un hecho aislado o malinterpretado (en este caso, no lo es), para así reforzar tu convicción de que estás en lo cierto y de que no es un malentendido o similar (en serio: hay que tener mucho cuidado con estas cosas).

Uno puede ser siempre abierto y honesto, siempre y cuando mantenga las formas: los italianos (que son un pueblo viejo y, por lo tanto, muy sabio), dicen siempre que “el que se enfada, pierde” y nosotros, como tenemos sangre caliente, pensamos a menudo con las vísceras y no con la cabeza.

Entiendo también (y de esto sé un rato largo) que es difícil e insisto: cuando a mí me sucede algo así entro en modo “Estrangulador de Boston”, así que soy el primero en entender que no es tarea baladí y que lleva su tiempo...

Hoy en día he aprendido a no sufrir... Si quiero decir algo, lo digo: como todo hijo de vecino, he cometido errores y soy el primero que insta a los demás a dirigirse hacia mí si no estoy haciendo algo bien:
“Si nadie me dice nada, entiendo que lo estoy haciendo bien... Si alguien me dice que no lo estoy haciendo bien y se me explica porqué, si tienes razón lo cambiare ipso-facto y, si creo que no la tienes, te responderé... 
Soy un cabezota y defiendo mis postulados con uñas y dientes, pero también soy justo y si se me demuestra que me equivoco, tardo cero en pedir disculpas y obrar en consecuencia”.
No somos los únicos en este barco... La situación de mi amigo no era aislada, asi que comentó la jugada con un inglés y una persona de La India a este respecto y, después de contarles cómo lidié con el asunto, les conté que, en mi país, hacer algo así puede ser tomado casi como una declaración de guerra hacia la otra persona.
- En Inglaterra es parecido - le confesó su compañero. -  A veces uno va a una isleta y tienes a dos personas que trabajan juntas donde algo no va bien y se siente... Las cosas no se dicen de forma directa allí. - terminó diciendo.
Mucho ojito aquí porque, lo habrás leído (o lo leerás si eres un ávido lector) en algún libro de diferencias culturales, los británicos tampoco actúan de forma frontal, de ahí que, cuando uno cree que le dicen “Es aceptable”, uno puede entender que “está bien” mientras que, en realidad, se esta queriendo decir que “Es mejorable”.

El mundo en el que vivimos es así... Me gusta la honestidad con maneras: ser honesto no implica ser desconsiderado sino que, como toda gran virtud, requiere también una gran habilidad para su correcto uso.

Aprender a comunicar de forma clara y firme es importante: formas indirectas no sólo no consiguen el efecto deseado, sino que generan desconfianza en el interlocutor así como una situación de incertidumbre en el mensaje.

Si uno sabe utilizar esto, las cosas cambian: viviendo ahora con un italiano, por ejemplo, llego a situaciones donde el chico se da cuenta de que, yo también, ya soy un poco más de aquí y menos de allí:
Paquito: Estoy viendo la CNN en la tele, pero si quieres ver algo distinto dímelo.
Italiano: Vale.
Paquito: ¿Quieres ver esto o quieres que cambie?
Italiano: No... Está bien... Me da lo mismo.
Paquito: Esa no es una respuesta computable. ¿Quieres verlo, sí o no?
Italiano: En realidad no... ¡Wow! ¡Sí que te estás haciendo holandés!
Si uno reduce el nivel de incertidumbre, el grado de posibilidad de error se reduce exponencialmente.

Por eso, y porque con la edad ganamos experiencia, hay momentos donde ya, sobre todo con gente de aquí, comento aquello del "Cuando tu estás saliendo, yo estoy volviendo por tercera vez".

Hay veces donde ni siquiera necesito que me digan nada: sólo veo a alguien dirigirse hacia mí y ya sé de qué va a ir la cosa, aventurándome incluso a dar una respuesta sin que la pregunta llegue a ser formulada.

¿Eso nos convierte en "monstruos", como decía la inspiradora de este post? No lo creo: quizás un poquito más cínicos, eso sí, siendo el menor de los males que uno puede sufrir trabajando o viviendo con zoquetes (el otro mal es que te entontezcas tu también: empieza cuando dejas de entender las viñetas de Forges, advierto a la tropa para que así hagan chequeos periódicos de su nivel de (in)sanidad mental :-)).

Un día hablaré sobre el cinismo y lo que éste país le ha hecho a mi hígado (porque he tragado litros de bilis viendo lo que he visto)...

Pero eso es otra historia: mientras tanto, debemos seguir adelante para, en la medida de nuestras modestas posibilidades, intentar reducir ese grado de cinismo y, en última instancia, aprender de lo que el viaje a Ítaca nos está ofreciendo.

Algún día te contaré la historia de "la chica que nunca ha roto un plato": otra de esas historias donde, cual Holmes o House, uno llega a respuestas increíbles sobre curiosas preguntas.

Recuerda: "cuando ellos salen"... ;-))

Eso es todo: ¡Ámsterdam prevalece!


Paquito
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