Lecciones desde Madrid
Buenas,
Acabo de perder un maravilloso Post que estaba escribiendo en la aplicación de Blogger para iPad: así que, si ves que me vengo arriba y me da el San Vito, que sepas el motivo de mi repentino cambio de humor.
Google: la única compañía que no aplica la API para crear y salvar cambios en tiempo real en un dispositivo con iOS (tienes que darle al botoncito de "Salvar" para que lo haga, rollo Microsoft Office hace muchos, muchos años... Muy triste :-)).
Contaba que al leer a gente como Pelocha o Alfonso, la vergüenza de no escribir más a menudo me puede y que, al final, ellos me sirven como acicate para no escaquearme y cumplir con mi compromiso de publicación regular (algunas veces cuesta más que otras :-)).
Contaba también que el Post se escribía desde la ventana de una de las glorietas más famosas de Madrid y que, aunque existen rincones más bellos y singulares en esta y otras ciudades, ninguno de ellos puede presumir de ser mi "Zona Cero": el lugar desde donde mi vida se mide.
Madrid es una ciudad peculiar: no es un monstruo como Tokyo o Londres, pero es grande en el punto necesario para ofrecerte un tamaño adecuado de cercanía en distancias y sentido de anonimato.
Mi ciudad, de la que soy un orgulloso hijo adoptivo, ofrece todos los ingredientes que uno podría desear en este tipo de entornos (en mi caso, debo reconocer, vivo en un lugar privilegiado, pero creo que el sentimiento sería parecido si viviera en un lugar similar): un tamaño suficiente para garantizarte variedad y heterogeneidad para satisfacer hasta los gustos o necesidades más peculiares, junto con el ritmo que una gran ciudad te imprime (ya decía Sabina: "La vida un metro a punto de partir").
En estos días he tenido el placer de reencontrarme con los amiguetes, re-descubriendo una vez más el buen yantar de la Villa y Corte cuando, sobre todo, se hace en grata compañía (esa enorme heterogeneidad te permite acceder a la gastronomía de mil lugares distintos: desde restaurantes somalíes en Malasaña hasta hamburgueserías americanas en el Paseo de la Castellana).
Uno de esos encuentros sirvió como prólogo a una de esas cosas que vivo de vez en cuando y que, desde un punto de vista personal y subjetivo, intentó comprender y analizar.
Justo después de aquella grata comida (un restaurante asturiano donde pude disfrutar de un "cachopo"), fui invitado a la casa de una buena amiga donde, además de su marido, me recibieron dos pequeñas criaturas de 4 y 7 años: lo más divertido es que a una de ellas la conocí cuando apenas era un bebé y, la otra, simplemente ha sido el fruto de un conocimiento virtual a través de lo que su madre nos contaba o las fotos que le hacía.
Los niños suelen ser tímidos con los extraños y tiene sentido: es su instinto de protección el que rige sus primeros años de vida, así que, cuando su madre les dijo mi nombre y, acto seguido, empezó a llamarme "Paquito", una de ellas rompió el hielo conmigo, sorprendida de tal eventualidad (los niños son inocentes, pero no son tontos, y remarcan cualquier cosa que se sale de lo normal).
Así que, de pronto, ante mí, dos niñas se tumbaron y, mirándome, sujetando sus cabezas como el que ve tumbado la tele, me empezaron a preguntar por ese extraño lugar llamado "Ams-ter-dam" del que nunca habían oído hablar.
(Ya en Holanda)...
Ahí es cuando uno, que después de unos meses ejerciendo de tío con un bebé echa de menos una comunicación "más o menos fluida", aprovecha y les cuenta para enseñarles en un iPad donde está ese lugar, les enseña palabras, les da chocolate del lugar y les cuenta que allí no tienen a los Reyes Magos, sino a un señor llamado Sinterklaas que va a Holanda desde Madrid en barco (los críos españoles, todavía en edades prematuras, al no haber sido lobotomizados por nuestro sistema educativo, mantienen el sentido común: las carcajadas de las nenas porque el señor iba en barco desde Madrid fueron gloriosas).
Claro, que aquí en Holanda los niños, antes de ser lobotomizados por su correspondiente sistema educativo y pseudo-realidad paralela, se ríen cuando les cuentan que tres Reyes Magos van desde Oriente hasta España en camello...
Moraleja: Siempre viendo la paja en el ojo ajeno... :-))
De los niños me encanta su capacidad de abstracción: no te hacen ninguna pregunta sobre si es fácil o difícil vivir allí... Te preguntan si está lejos, si se tarda mucho en llegar: todavía no han sido maleados por el mundo, así que su forma de entender la realidad se basa en unidades de tiempo, que es uno de los primeros conceptos contables que adquirimos (y que, con la edad, se convierte en un terrible pecado que, como una losa, nos oprime y nos apesadumbra).
A su vez, les cuentas que allí (aquí) las cosas son un poquito diferentes, pero les dices que, si pueden, que viajen mucho cuando sean mayores y que, mientras tanto, que aprendan todo lo que puedan de todos los que les rodean, muy en especial de aquellos que sean diferentes, pues podrán aprender cosas que, de otra forma, no podrán saber.
Dicen que el nacionalismo se cura viajando y estoy de acuerdo: al descubrir otras culturas y otras formas de entender la realidad, nuestra propia percepción cambia y se adapta a lo que nos rodea... Es difícil de explicar a un niño, en particular porque el concepto de identidad territorial es algo que se crea cuando uno es más mayor y, por tanto, bastante más idiota (los niños no entienden de fronteras ni de naciones: a lo sumo entienden que sus compañeros de clase, su cole o su barrio molan, pero poquito más).
Sin embargo, con nuestro cambio de percepción, aparecen matices en nuestra mirada que, para el buen observador, resultan sorprendentes descubrimientos.
Uno de ellos precisamente lo noté el último día de mi estancia en casa: al despertarme, el Sol empezó a reflejarse en los edificios de mi glorieta, justo enfrente de mí...
Nada fuera de lo común o particular: otro amanecer más como los millones que amaneceres que, cada veinticuatro horas, nuestro planeta ve aparecer sobre su superficie...
Claro, que este amanecer habría sido simplemente otro más si no fuera porque, esta mañana, ya en Holanda, al despertar, sólo vi luz y el Sol no estaba ahí...
En ese momento no sólo te das cuenta de lo evidente, sino que, además, recuerdas algo que, a pesar de años bajo el mismo techo y cientos de fotografías, no has apreciado en su justa medida: Madrid es el azul del cielo...
El atardecer más bonito que he visto en mi vida fue en las Islas Mauricio y, para mí, un amanecer de verano en París desde el Sagrado Corazón es el espectáculo más grande que serás jamás capaz de contemplar...
Pero ese azul que tiene el cielo de Madrid y que sólo Velázquez supo reflejar en su justa medida... Ese azul que parece haber sido pintado a brochazos: nadie se da cuenta de él hasta el día que lo añoras, hasta el día que no lo ves y te das cuenta de cuan afortunado fuiste al verlo durante años...
De igual forma, sucede con el centro de la ciudad... Existe un lugar que, cada vez que vuelvo, procuro revivir como un pequeño ritual: es la esquina de la calle Fuencarral con Gran Vía, en la cual se funde el Madrid de las calles estrechas con la modernidad de la insigne avenida.
Amar tu tierra no es un ejercicio ciego de chovinismo: supone haber conocido otras cosas, haber disfrutado en esos otros lugares de sus características, haber aprendido que la realidad que creíste única no lo es y que, eso sí, el día que obtienes ese conocimiento, entonces comprendes muchas cosas que, de otra forma, jamás habrías podido apreciar de la misma manera.
En Francia descubrí el valor del conocimiento y en Alemania descubrí el valor del respeto y el orden... En Holanda he descubierto otras cosas, quizás menos agradables a priori (aquí la lección de momento simplemente es "YO por encima de todo"), pero valiosas también, por cuanto nos hacen cambiar la forma en la que nos aproximamos a los eventos que definen nuestra vida...
De España me quedo con nuestras sonrisas y nuestro cariño: "nos abrazamos", nos decimos lo que sentimos y, si no es así, al menos entendemos el concepto de "mentira piadosa" (como decirte qué guapo y que delgado estás, aunque hayas cogido 10 kilos desde la última vez)...
Ninguna cultura es mejor que las otras: en mis días en Madrid me he dado cuenta de cuán afortunados somos en según qué cosas (todo lo que es la comunicación no verbal: la cantidad de cosas que nos decimos sin abrir la boca es para escribir dos Tolstois y medio :-)) y las cosas que, en cambio, siguen faltando (siempre la culpa de los problemas es de los demás: no existe voluntad de aceptar la responsabilidad personal en tu propio destino).
Por eso, cada vez que vuelves a casa, ves las cosas de una manera distinta: el azul, que siempre estuvo ahí, de pronto es una joya... El Sol, que sale todas las mañanas, brilla de forma diferente... Los churros (¡LOS CHURROS!) se convierten en manjares dignos de Reyes y el tiempo, que siempre pensaste que era constante, de pronto se extiende, porque ese cielo azul, ese Sol y esos churros, conspiran para hacer que estés despierto a las 12 de la noche, mientras cenas con alguien que te cuenta como ha sido su día.
Y así, cuando vuelves aquí, te das cuenta de que son las 21:00 y tu cuerpo dice que ya es tarde... El Sol ya no se asoma por las mañanas, tímido él por estas tierras...
Y así ya nadie te cuenta cómo fue su día: nadie entiende tus preguntas, "Yo por encima de todo", comida las doce, cena a las seis, colarse en el autobús, no dejarte salir del Metro, "no grites", "mañana mañana", ¿Qué es Velázquez?", etc. etc. etc...
Mejor que no sepas quien es Velázquez: no serías capaz de entender "Las Meninas" ni aunque te lo explicaran seis veces.
Feliz 2013: a ver si conseguimos remontar esto, que ya va siendo hora :-))
Un abrazo: ¡Madrid prevalece!
Paquito
sugerenciasapaquito (arroba) yahoo (punto) es
Me encanta, sobre todo lo de Velázquez. Mis alumnos no han oído jamás hablar de "La rendición de Breda" y eso que está en Holanda (Breda, no el cuadro, gracias a dios ;)
ResponderEliminarFELIZ 2013, nos debemos una cerveza
Buenas :-))
EliminarGracias por pasarte por aquí: todo un placer :-))
Que sepas que he traído un par de litografías de El Prado (entre ellas, el cuadro que mencionas y, por supuesto... EL CUADRO :-)).
Nos debemos una cerveza: bien cierto :-))
Un abrazo y gracias de nuevo por pasarte.
Paquito.
Como siempre(bueno...algunas veces son demasiado tecnicos para mi jajajaja)me encanto como cuentas tus vivencias.
ResponderEliminarTe deseo un ¡¡¡¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!!!Que se cumplan todos tus deseo,tengas familia y amigos para compartirlos,salud para disfrutarlos y....dinero para pagarlos!!!!!!
Hola :-))
EliminarGracias por tu visita y por tu comentario: todo un placer el verte por aquí :-))
¿Técnicos? ¡Si esta vez no he dicho nada sobre tecnología! ¡Lo prometo! :-))
Gracias por tus elogios y tus deseos: los hago recíprocos hacia ti y espero verte por aqui más a menudo.
Un abrazo,
Paquito.
La gente no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Supongo que forma parte del ser humano. Yo sí aprecio el sol y el cielo azul y el tulipán también, pero es porque sabemos lo que es vivir sin él. Antes de salir de España nunca me percaté del valor de esas dos cosas.
ResponderEliminarEfectivamente (hola y gracias por pasarte por aquí, por cierto :-)): tienes toda la razón del mundo...
EliminarHe visto otros cielos en otros lugares del mundo, pero como el azul de Madrid, a día de hoy, sigo sin encontrarlo en otros lugares...
Eso sí: un amanecer desde el Sagrado Corazón es para aplaudir con las orejas :-))