Un mal día lo tiene cualquiera
Buenas,
Cuando uno tiene un día malo, lo tiene como Dios manda, nada de "chorradas diseño" o diarreas mentales a lo café latte descafeinado con leche de soja desnatada y sin azúcar del Starbucks.
El fin de semana empezó mal y terminó peor: así es como uno sabe que se avecina "una semana fantástica" que ni en los mejores años de El Corte Inglés con alguna pedorra poniendo caritas en el correspondiente anuncio para ávidos consumidores deseados de rellenar su vacío existencial a través de ropitas con atractivos colorines.
Así que, a las 3:30 de la mañana, una semana más, cuando me levanté para tomar el primer avión con destino a Madrid, ya me rumiaba que la cosa iba a ir mal...
Procedure...
No hay nada como levantarte dos horas antes de que suene el despertador y que no te puedas volver a dormir... Y nada como, cuando has acabado de ducharte y estar a punto de salir, tener esa punzada en el cerebro que te dice que te estás dejando algo tras de ti...
"Los gemelos"...
Ya me sucedió la semana anterior y al final tuve que acabar comprando un juego en el aeropuerto: nada que no se pueda solucionar, pero molesto por aquello de sentirte como un idiota, en especial cuando te conoces a ti mismo y los has puesto "en su sitio de viaje", esto es, todo cerquita de la maleta, para que nada se te pueda olvidar...
Por la carretera, te das cuenta de que, una vez más, has salido demasiado pronto y que, por más que intentas ajustar la llegada a la estación de autobuses, acabas siempre llegando temprano, con la ventolera de fondo que te va a despertar en los siguientes quince minutos, porque no hay nada como refrescar las ideas con el gélido viento del mar del Norte en pantaloncito de vestir (uno, que se hace mayor, procura viajar sin abrigo, sobre todo porque en Madrid tengo y así me ahorro peso: la edad le hace a uno más sabio, sí, pero también pasa factura).
En el aeropuerto todo va bien y nada me hace sospechar del día de mierda que voy a empezar a vivir en unos minutos, pero todo se andará...
Adolescentes y chinos despistados en el vuelo: ¡Genial!
Va a ser un vuelo divertido, me lo veo venir: los pre-adolescentes formando el carácter y actitud Leonardo di Caprio en la proa del Titanic junto con los asiáticos que tienen pinta de no saber ni dónde tienen la mano izquierda, me presagian conversaciones ininteligibles a gritos en vocablos desconocidos y ritmos trepidantes sin ton ni son (los chinos, en cambio, suelen ser más calladitos).
No... Me toca holandés con antifaz de noche para sobar: el tipo se sienta, se apropia del apoya-brazos y se va a dormir...
"Tendré un vuelo tranquilo"...
O no.
Sobre la hora de vuelo, miro por la ventana y observo las cicatrices de grandes avenidas en una ciudad... Mi cálculo mental de tiempo de vuelo, unido al tamaño, me llevan a una rápida conclusión que, una vez supuesta, me hace inmediatamente buscar ciertos iconos que confirmarán mi sospecha.
"París"...
El Arco del Triunfo, los bulevares, el gran arco de La Defense, el bosque de Bolonia y una torrecita de hierro en los aburridos Campos de Marte me retraen a los tiempos en los que por allí moré, recordando mis andanzas y los días donde, en un verano, dos torres gemelas se cayeron y el mundo aprendió que una crema de más de 100 mililitros es al parecer un potencial potente explosivo sobre el que los que los amables servicios de seguridad del aeropuerto del mundo se sentirán como un desactivador de explosivos en una película de Bruce Willis.
- ¿Le gustaría tomar algo?
En mi absorto pensamiento la amable azafata me ofrece un café con leche y una galletita... Y justo, cuando voy a poner el vaso en la bandejita del asiento...
- Plofff...
Bien... No perdamos la calma: te acabas de bañar en café con leche (y del malo, que si fuera todavía de calidad... Pero en fin, ese no es el tema, que me disperso) y estás arrinconado en la ventanilla de un avión de línea regular: el borderline que tienes al lado, después de cerciorarse de que a él no le ha salpicado ni una gota, se vuelve a poner el antifaz y se queda tan pancho...
Trabajando con ingleses, estoy aprendiendo eso que llaman "la flema" y que, con el espíritu español que uno gasta, se convierte en "el gargajo" cuando, activando la lucecita de llamada, atraigo a la pobre azafata la cual, al ver el panorama, se compadece de mi y me trae un par de toallitas húmedas con unas cuantas servilletas para secarme.
El estropicio ha sido fino, pero consigo controlar los daños y limpiarlo todo: "el gargajo" (la flema británica a lo español) es este que escribe limpiándose los pantalones como buenamente puede mientras refunfuño a lo capitán Hadock en Tintín...
Termino el vuelo y al salir, después de irme al baño y limpiarme a lo Mister Bean con el secador eléctrico de manos (no me vais a hacer poner el vídeo :-))) tomo un taxi, momento en el me doy cuenta de que, con el movidón, me he dejado un libro de sonetos de Quevedo (leo desde El Jueves hasta Francisco de Quevedo: nota destacable en el libro es que la compilación de sonetos y poesías está hecha por un americano de la Universidad de Florida, y uno de los expertos consultados es un doctor de la Universidad de Kentucky... Manda huevos que los americanos lean y comprendan mejor a Quevedo que nosotros mismos) en el bolsillo del asiento del avión...
"Focus que te dispersas"... Perdón: vuelvo a la historia.
La conversación en el TAXI me desvela a un chico que, hasta hace unos meses, trabajaba para multinacionales en España y que, al final, ha acabado haciéndose autónomo, comprando una licencia de taxi e intentando ganarse la vida.
Hablando, descubro que un familiar suyo estuvo viviendo un tiempo en Londres: conversamos sobre lo humano y lo divino, en especial la forma en la que se entiende la vida "aquí y allí", por aquello de ver las diferencias.
Al llegar a la oficina, me encuentro con problemas: empezamos el día fuerte.
Según el día camina hacia su fin, un problema tras otro se sucede, en especial cuando me encuentro con que mi equipo de reservas de hotel decide anular los hoteles de mis compañeros, reservar uno en una zonita "chusca" de la ciudad y a las cinco largarse.
Tengo 40 minutos para solucionar el marrón: 17:20... A las 18:00 se hace efectiva la reserva y no es plan.
Dicen que cuando hablo en español pierdo dulcura a litros... Esto se refleja cuando, entre llamadas a hoteles y a nuestro sistema de reservas, dos voces con la lengua de Cervantes me atienden...
Y mis compañeros flipan...
Y yo también: llevo unos días de mierda, una mañana de mierda y ahora esto, así que esto se me nota cuando, al teléfono, empiezo a dar órdenes (soy educado, pero tajante: en todo momento le otorgo a mis interlocutores el tratamiento formal, pero no estoy para negociar)...
Acaba la cosa bien y me voy a casa: he quedado para cenar con una persona pero me llama y me dice que está enferma...
Busco un traje en casa que me valga y, al encontrarlo, pienso que mi día puede acabar bien...
Y lo único que recuerdo a partir de ahí es sentarme en mi sofá narcoléptico (tengo una maravillosa cama que no uso en Madrid: mi sofá narcoléptico tiene la proverbial propiedad de hacerte dormir plácidamente y levantarte perfectamente reparado).
Hoy hace un día maravilloso: lo que aquí llaman "mal tiempo", yo lo llamo "paraíso"...
Echo de menos estar aquí, pero no quiero volver por temas de trabajo.
No es lo mismo :-))
Eso es todo: ¡Ámsterdam prevalece! :-))
Paquito
sugerenciasapaquito (arroba) yahoo (punto) es
Bueno, espero que la semana fantástica acábase mejor de lo que empezó...
ResponderEliminarHola Qualunque,
EliminarGracias por tu visita y por tu comentario: todo un placer :-))
Desafortunadamente la semana ha acabado con traca a lo Fallas en Valencia...
En fin: ya verán otros vientos :-))
Un abrazo,
Paquito.
Vaya día.....más entretenido
ResponderEliminarHola Pelocha,
EliminarGracias por pasarte por aquí: "Sí", fue todo un día "completito" :-))
En fin: acabó la cosa bien y con el traje en el tinte, que quieras que no, ya le hacía falta :-))
Un abrazo y gracias por pasarte de nuevo,
Paquito.