El efecto Osborne

Muy buenas:

El título puede llevar a equívocos para aquellos que conocen la realidad española: en este caso, no se refiere a Bertín Osborne, figura que, recientemente, tuve que explicar a una holandesa no familiarizada con el famoso cantante/presentador conocido en España por, más allá de su trabajo, sus posiciones personales, declaraciones en los medios o su legendaria capacidad amatoria (le va a la zaga con Julio Iglesias :-)).

En España, se le conoce como "El cuñado supremo", de ahí que, repito, antes de empezar, aclaremos que esto no va sobre el.

¿De qué va el Post?

Recientemente, en una discusión técnica, hablando sobre ciertos asuntos, mi memoria sacó a colación una curiosa historia de lo que sucede cuando, con buenas intenciones, uno anuncia algo que, en última instancia, puede destruir aquello en lo que está trabajando.

Un poquito de historia

La década de los años ochenta fue terrible...

Este postulado lo defiendo y lo defenderé hasta el día que ya no esté: la de los ochenta fue una década terrible de violencia, heroína, peinados horribles y chaquetas con hombreras.

Yo crecí durante esa década, pero afortunadamente era un niño, así que me perdí muchas de las cosas que en ella sucedieron: los noventa remontarían un poquito y, a partir del año 2000, Internet y los Millenials se encargaron de convencerme de que la humanidad no tiene solución.

Durante esa década, sin embargo, mientras yo crecía asilvestrado y feliz, la industria de la informática empezaba una eclosión que, a finales del segundo milenio, acabaría con la explosión de la burbuja de las punto com.

En aquel entonces, un montón de compañías se aventuraban a crear sus propias interpretaciones de lo que un ordenador personal debía ser: desde Apple a IBM, toda una serie de locos emprendedores crearon micro-computadores con los que, los más afortunados, pudieron empezar a hacer sus pinitos en ese mundo digital que se avecinaba.

Compañías como Sinclair, Commodore, crearon ordenadores en forma de teclado que, sobre todo en Europa, se podían conectar a la televisión de la casa, para que así se pudieran utilizar, reduciendo el coste de lo que, entonces, eran los primitivos monitores y, sobre todo, teniendo en cuenta que una gran parte del público objetivo, eran niños, vendiendo el cacharro como el juguete lúdico y educativo definitivo.

Anécdota curiosa: hasta ese momento, las facultades de informática tenían ratios parejos de hombres y mujeres... La industria informática, en los años ochenta, al calor de lo que se venía, atacó a un público objetivo muy específico que podrían ser los usuarios de estos cacharros, "niños y hombres", lo cual, 30 años más tarde, acabaría creando la enorme disparidad entre hombres y mujeres estudiando dicha materia (los terribles efectos de la publicidad, niños y niñas: los ochenta crearon y fomentaron la perfecta división entre roles, ofreciendo ordenadores, coches y soldaditos a los niños y muñequitas o cocinas de juguete a las niñas).

Al turrón, que te lías, Matías...

Una de las empresas que intentó competir en ese incipiente mercado era la Osborne Computer Corporation (nada que ver con la bodega con el símbolo del toro, ni con "el cuñado supremo", que se sepa, aunque la familia de éste sí tenía relación, al parecer, con la boda).

Fundada en San Francisco por Adam Osborne en 1981, la OCC (por sus siglas) fue la primera empresa que comercializó y produjo de forma masiva un "ordenador portátil", que, como ya digo, en 1981, era un proverbio de la técnica.

El lector más observador habrá notado que entrecomillé lo del "ordenador portátil": en 1981, un "ordenador portátil" era un cacharro que pesaba casi 11 kilos, del tamaño de una maleta de mano, no tenía batería (tenías que conectarlo a un enchufe para poder usarlo, tenía dos disqueteras de 5 y un cuarto pulgadas y, en el medio, un pequeño televisor/monitor de tubo de 5 pulgadas (para que nos hagamos una idea del tamaño: imaginaos un monitor del tamaño de vuestro teléfono móvil, con una resolución en píxeles equivalente a un centímetro cuadrado del mismo.)

Imagen del Osborne 1- Fuente: Wikipedia
Pero, como ya digo, en 1981 esto fue un pelotazo brutal: la capacidad para que una persona pudiera llevarse su ordenador, más o menos de forma sencilla, de un lugar a otro, fue una revolución en el formato de dichos dispositivos (hasta entonces, y casi hasta el año 2000, el formato de referencia de los ordenadores personales fue el de escritorio: por aquel entonces, los portátiles eran cacharros muy caros y al alcance de muy pocos) que, eso sí, costaba un pico (a dólares de hoy, sería como unos 5000, más o menos: en aquel entonces, el modelo base se vendía por 1795 más impuestos).

No se puede vender la piel del oso antes de cazarlo...

Forma parte del refranero español, cosa curiosa, teniendo en cuenta que, en España, tener tener, lo que se dice tener osos, tenemos muy muy poquitos (alguno queda por la zona del Cantábrico y de los Pirineos, pero muy pocos).

Esta frase, que nosotros manejamos con tanta soltura, estoy seguro que el fundador de OCC le habría encantado conocerla cuando, a partir del éxito del Osborne 1 (el cacharrito que os enseñé arriba), un día, crecido por el éxito, decidió anunciar, a bombo y platillo (otra expresión hecha y maravillosa de nuestro idioma) el que sería la siguiente versión de su producto...

Anunciar productos nuevos es algo natural en todas las empresas: viven de la innovación constante, de crear nuevas versiones mejoradas, con más prestaciones, menos fallos, o ambas cosas a la vez (o eso al menos nos dicen)...

Lo que todas las empresas de hoy en día tienen muy claro es que, cuando se anuncia un producto que pretende reemplazar a un producto existente, se hace teniendo en cuenta la fecha de disponibilidad del mismo, para así no canibalizar o parar las ventas del producto existente, por cuanto, sabiendo que va a ver un producto mejor, tienes muchos motivos para no hacerlo y esperarte al otro.

Esta lección, sobre todo las compañías tecnológicas, la tienen muy bien aprendida a partir del colosal error que, en el año 1982, Adam Osborne cometió, al anunciar prematuramente que estaban trabajando en la siguiente versión del producto, que sería estupenda y maravillosa, con más prestaciones y demás.

Hasta ese momento, en el año 1982, OCC estaba vendiendo 10.000 unidades de su producto al mes (que, aunque hoy en día se venden iPhones a millones, por aquel entonces, 10.000 ordenadores al mes era una cifra nada despreciable): la contracción del mercado, a raíz del anuncio, fue tal, que la compañía acabaría en bancarrota tres años más tarde, acuñando así la expresión "efecto Osborne" para describir esta situación.

¿Y por qué te cuento esto?

Básicamente porque, hace unos días, me resultó divertido explicarle esta historia a una banda de desarrolladores de entre veinte y treinta años: cuando uno trabaja en algo, hay que tener cuidado con el desglose de las cosas que están trabajando para el futuro, por los posibles efectos negativos que puede tener, en el corto plazo, prometer cosas que, si no están en un futuro inmediato, pueden retrasar su adopción.

Y así es como, en una tarde cualquiera, un tipo español les cuenta unos chavales que han nacido, como aquel que dice, con Internet bajo el brazo, que una vez hubieron ordenadores portátiles que pesaban 11 kilos, mientras les ves guglear, asombrados por esos sedimentos tecnológicos que nos han traído hasta aquí.

Otro día, si quieres (aunque, si no lo conoces, me parece que lo vas a guglear según lo mencione, así que creo que no será así) hablamos de "El efecto Streisand" (y que sí que tiene que ver con la famosa actriz y cantante :-)).

Seguiremos informando...


Paquito
Emilio: sugerenciasapaquito (arroba) yahoo (punto) es
Twitter: @paquito4ever

Comentarios

  1. No hacer mencionado la La Abadía del Crimen en este post es pecado capital.

    https://www.youtube.com/watch?v=u8XcBLnKW9Y

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    Respuestas
    1. Muy buenas:

      "La abadía del crimen" tiene, no ya un post, sino un blog entero (una historia apasionante, sobre todo de la pericia del desarrollador: un hombre brillante, que le sacó petroleo a las poquísimas prestaciones de los ordenadores para los que el juego fue diseñado).

      En este caso, la historia no iba de IT, sino de las consecuencias negativas de anunciar algo antes de lo debido...

      Pero sí: "La abadía" tiene una historia tan alucinante que, por sí misma, merece una elaboración híper-detallada :-))

      Me alegra que conozcas la historia: te recomiendo que veas el siguiente vídeo, donde se explica como, una banda de locos geniales, hicieron re-ingeniería inversa al juego para entender cómo se hizo.

      https://www.youtube.com/watch?v=-Oq21Cea_bo

      Un abrazo y, como siempre, gracias por la visita y el comentario.

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  2. Cuánto aprende uno contigo, se lo diré a mis retoños de 11 años que no conocieron la peseta y hoy les contaba cómo vivimos la noche del 31 de diciembre de 2001, esperando a comer las uvas y salir a un cajero para que nos soltase 40 ó 50 euros, que no sabíamos ni calcular lo que era. Y sólo han pasado 15 años. Eso me hace sentir que envejezco, aunque en plan moderno, ;)

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    Respuestas
    1. Buenas:

      Mil gracias por la visita y el comentario: todo un placer y un honor.

      Más allá del peloteo (no es necesario, pero gracias), la verdad es que cada generación ha vivido sus comentarios especiales: ese tipo de vivencias o fechas que, uno, toda la vida, recordará con una nitidez extraordinaria, aunque luego seamos incapaces de acordarnos dónde dejamos las llaves del coche el día anterior (la sabiduría materna, aquí, nos salvará del entuerto: "en su sitio" :-)).

      Nos hacemos mayores, sí: cuando pienso en la edad que tengo y, mentalmente, siento que estoy todavía en mi veintena, no sé si reírme o llorar :-))

      Un abrazo y, de nuevo, mil gracias por la visita y el comentario.

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