Un sistema político cualquiera

Buenas:

Acabo de rebobinar en medio del artículo: me doy cuenta de que lo que voy a escribir hoy probablemente ya lo sepas, pero llevo varios días pensando en esta historia.

En el post no verás nombres de partidos políticos, ni siglas: hace mucho tiempo entendí que esto no va ni de unos ni de otros... Esto es un problema sistémico: va más allá de facciones.

Si esto se llega a escribir bien, sólo habrá dos posibles reacciones: o estás de acuerdo con lo que escribo (momento en el que te pediré que cuestiones mis palabras) o que, por el motivo que sea, creas que hablo de la opción política que crees que te representa (momento en el que creo que, por una parte, he conseguido mi objetivo, porque no menciono a nadie en concreto y, a su vez, te pediré que cuestiones mis palabras).

Recuerda: todos tenemos sesgo y, por mucho que se intente, lo que somos, lo que pensamos y lo que sentimos, se basa en nuestro aprendizaje y nuestra percepción de la realidad.

Y la realidad es que, en general, yo soy alguien que se equivoca mucho.

Vamos ahora al turrón :-))

Desde hace unos años, por diferentes motivos, observo la realidad que me rodea con, por una parte, curiosidad y, por otra parte, un cierto grado de preocupación.

Hoy hablaremos de esto.

¿Qué sucede ahora?

Esto no es nuevo: desafortunadamente, desde hace ya muchísimo tiempo, según me voy haciendo mayor, la experiencia me va enseñando lo que, por una parte, creo que es fantástico y lo que, desgraciadamente, creo que no lo es.

La parte que es fantástica es ver como la sociedad, poco a poco, progresa en algunos aspectos, sobre todo aquellos que tienen que ver con los derechos sociales de diferentes colectivos sociales.

Una sociedad tolerante y abierta es un signo de progreso sin paliativos.

Pero, como en todo movimiento social, existen pasos hacia adelante y pasos hacia atrás: las sociedades no son entidades homogéneas que se mueven en una sola dirección y, como el péndulo que hace progresar las agujas de un reloj, cuando se llega al extremo de un lado, pronto se cambia de dirección para ir hacia el otro.

Poco a poco, repito, las sociedades sanas progresan: a veces necesitan un empujoncito hacia una cierta dirección pero finalmente depende de la calidad social el ver si ese empujón es, efectivamente, aceptado y acertado o, por el contrario, no lo es.

Desde 2011, en plena cresta de la ola de la crisis económica iniciada en 2008, una serie de elementos empezaron a cambiar: diferentes tensiones sobre los diferentes estratos sociales y económicos sobre los que se asienta todo sistema social (esos estratos, claramente diferenciados y tensionados entre sí, siempre tuvieron problemas, por cierto, pero altamente tamizadas, dentro del progreso económico y social del que disfrutábamos) empezaron a aumentar, mientras los partidos políticos mayoritarios, en medio de la que estaba cayendo, demostraron lo que algunos se temían: con todo lo que estaba sucediendo, demostraron que la población les importaba un pito, porque sólo les importaban los intereses reales a los que realmente se deben (la simbiosis entre el poder político y económico quedó al descubierto), mientras su propia incapacidad operativa se manifestaba de la peor forma.

Esto último lo veríamos en su mayor expresión durante la pandemia de COVID-19: cuando algo realmente serio sucede, descubres que estás siendo gobernado por gente que, como sigo repitiendo desde hace meses, no pasarían una entrevista de trabajo en una empresa de un cierto nivel.

La crisis económica sacó también a flote escándalos de corrupción o problemas estructurales, cosa que provocó que el descontento de la población se incrementara: en medio de aquella historia, diferentes movimientos ciudadanos se despertaron y ése, es el inicio de nuestra historia...

El personal, entonces, finalmente se harta de lo que sucede, de la incapacidad de unos y otros para dejar sus diferencias políticas (que no son tales, por cierto: las actas de votación de la cámara baja lo demuestran: sistemáticamente, más del 80% de las proposiciones de leyes son votadas, conjuntamente, en el mismo sentido, por la mayoría de partidos políticos), mientras la economía se desploma.

De aquella historia, ese caldo primigenio, nacen una serie de nuevos partidos políticos: gente que decidió dar un paso adelante, en un mar de soledad ante el que los ciudadanos se encontraban huérfanos de opciones políticas a las que votar con un cierto grado de convicción, por cuanto, más allá de honrosas excepciones, la población en general votaba (y vota) en contra de opciones políticas, en lugar de, efectivamente, elegir una opción política que le represente, que le entienda y le ofrezca soluciones concretas a los problemas que una sociedad, un país, una región o una situación en particular pueda afrontar.

“La nueva política” apareció en nuestras vidas: gente nueva, algunos de ellos muy jóvenes, idealistas, con diferentes aproximaciones e ideologías, pero con un discurso generalmente acertado.

Gracias a la televisión, esta gente llegó al gran público y, entre su arsenal dialéctico, cuando te enfrentas a estructuras de poder que llevan manejando el cotarro durante décadas (literalmente), fue el de explicar claramente las razones detrás de todo lo que estábamos viviendo (la mayor crisis económica registrada desde la Gran Depresión de los años 30 en el siglo pasado).

Todos esos análisis llevaban, además, a soluciones muy fáciles, muy sencillas, propias de la conversación que tendrías con ese familiar que todos tenemos y que, en un momento, se despacha problemas como los del desempleo, la inmigración, la corrupción y lo que se le eche.

Soluciones demasiado sencillas (o simplistas), en el mejor de los casos, o, en otros, simplemente denunciar lo evidente, sin ofrecer medidas concretas.

Ese "evidente", además, se sostenía por la inacción e incompetencia de los partidos políticos que habían estado allí siempre y que, día sí, día también, negaban la mayor sobre los mismos.

Como colofón, además de aparecer en la arena política sin ningún tipo de historia detrás de ti es que no te pueden acusar de casi nada, porque nunca has estado en el poder y, lo bueno de no haber tomado decisiones o no haber estado involucrado en ellas es que nadie te puede acusar de haber cometido errores.

Ciertos mensajes, repito, suenan a “demasiado bonito y demasiado fácil”, pero suenan factibles y lógicas (sabemos cómo empezó la crisis, sabemos quién ha salido beneficiado y, sobre todo, sabemos quién ha pagado los platos rotos).

Esto cambiaría rápido: aquellos que aparecieron por allí pronto descubrieron lo que sucede cuando uno se mete en el tema político (investigaciones sobre tu vida personal de todo tipo, junto a bulos o directamente mentiras sobre tu pasado o sobre tus acciones).

Con todo eso, la estrategia fue brillante... Al principio: cuando una sociedad sufre el azote de una crisis económica como nadie la ha visto en mucho tiempo, cuando el tejido social se empieza a deshilachar y las estructuras de poder no son capaces de responder de forma veraz y eficaz ante lo que sucede, que alguien confirme lo que crees que está sucediendo, cuando ese alguien parece ser alguien inteligente y bien formado, alivia al espíritu, por una parte, pero te cabrea a la vez, porque te demuestra lo que hablábamos al principio (les importas una mierda: sólo se deben a los diferentes intereses que parece que les sostienen y, teniendo en cuenta que muchos de ellos no pasarían una entrevista de trabajo en una empresa normal, la política es lo único que tienen para seguir teniendo un sueldo).

Así que, mientras eres capaz de decirle a la población lo que parece cierto y, cuando el sistema reacciona de forma furibunda ante ti, algo debes de estar haciendo bien (el miedo en el oponente es una señal de que lo que sea que estés haciendo, parece ir en la buena dirección)

Así que, un día, el cambio llegó: entre escándalos de corrupción y cambios de rumbo en el guion de la historia, propios de la serie “House of Cards”, un día lo inevitable sucedió.

Y mucha gente se sintió feliz: parecía el inicio de lo que muchas personas pensaron que sería lo correcto.

Aquella gente que llegó de la nada, se hizo hueco en un espacio que, durante décadas, estuvo reservado para una serie de estructuras de poder que sólo se respondían a sí mismas.

Y fue bonito: nuevas caras llegaron, hicieron brindis al sol, explicaron a la población que no estaban allí por dinero, pusieron pomposos reglamentos en sus organizaciones para intentar limitar algunos de los errores sobre el comportamiento habitual de esas élites de las que hablaban, satisfechas con privilegios y dádivas que, para el común de los mortales, sonaban casi a una vida de príncipe.

Y si yo fuera medianamente inteligente (que no lo soy) y parara de escribir aquí, nadie podría decir que me equivoco, porque más allá de la percepción de las cosas, lo cierto es que el fin (el ser capaz de llegar al sistema, hacerte un hueco y conseguir un cierto grado de influencia para producir cambios) se consiguió.

¿Verdad?

No exactamente: el cambio llegó, pero pronto descubrimos la cara B de todo aquello.

Descubrimos, gracias a esas mismas personas, que el poder tiene dos velocidades: lo que te ponen en la televisión y lo que realmente se hace en los despachos.

Algunas anécdotas de aquellos días fueron la mar de divertidas: aquellos que llegaron para cambiar el mundo, descubrieron que la posición física en el parlamento era fundamental para aparecer en las cámaras que retransmitían los debates.

Así que, el primer día, cuando llegaron, se encontraron con que los partidos tradicionales, que llevaban allí toda la vida, ya se habían encargado de copar esas posiciones físicas, relegando a las peores zonas a esas nuevas entidades, que les dejaban fuera de los planos generales, cosa que, al parecer es muy importante (y como decía aquel: “si no sales en la foto, no existes”).

La segunda fue un baño de realidad: aquellos que fueron a cambiar las cosas, prepararon pomposos discursos, llenos de citas de gente inteligentísima, esmerándose en la prosa, mirando al horizonte como los grandes prohombres y mujeres de la historia, deseosos de cambiar del mundo a través de la palabra...

Todo se fue al garete cuando se dieron cuenta de que nada de eso importaba cuando las cámaras no estaban encendidas: el resto del tiempo, uno podía contar allí lo que quisiera, porque nadie les prestaría atención y, sobre todo, que esto no iba de ellos, sino de que, en general, la cosa iba así.

Los discursos pomposos y lleno de retórica se debían aparcar para cuando los pilotitos de las cámaras de televisión se encendían, momento en el que, ahí sí, no ya para los ilustres parlamentarios, sino para los ciudadanos, la cosa parecía tener sentido.

Muchas cosas sucedieron desde entonces: lo que se prometía como un cambio y una regeneración fue, como el pastel de tarta de queso que estoy cocinando ahora mismo, después de la expansión por el calor, se empezó a bajar y a sedimentar.

De pronto, aquello ya no era un ejercicio idealista, sino un trabajo con dos partes bien diferenciadas: la parte visible y, sobre todo, la que no, que es realmente donde se cuece el poder y la influencia.

Poco a poco, aquellos vicios de los que se quejaron y usaron como arma electoral, empezaron a afectarles: aquello que era reprobable en otros, de pronto, encontraba curiosas justificaciones y, lo que antes era blanco o negro, de pronto entró en ese gris que tan sospechoso parecía desde fuera.

Aquellos privilegios escandalosos de aquella clase política, de pronto, tenían sentido: resulta que todo tenía una explicación y que, donde se dijo “Digo”, ahora se decía “Diego”, ante la incredulidad de algunos de aquellos que les creyeron.

Empezaron las luchas de poder: frente a los partidos políticos tradicionales, estructuras monolíticas y anti-democráticas como ninguna (líderes elegidos a dedo o, más interesante aún, aquellos que incluso eran elegidos primarias, acababan empujados fuera del cargo que consiguieron a través de la voluntad de sus afiliados), la nueva política prometía un acercamiento a la voluntad popular y la representación de los intereses reales de la misma, pero pronto se acabó la luna de miel.

Toda estructura humana, dadas las mismas circunstancias, se comporta de la misma forma.

Empezaron las zancadillas, empezaron los ego-trips, donde el líder de turno dejaba de atender a razones y así, poco a poco, la cosa acabó en aquello que, tiempo atrás, se criticaba y se objetaba.

Se nos habló de los enchufes del poder, pero fue curioso observar el mismo comportamiento en esas nuevas formaciones... 

Fue hilarante ver los ejercicios gimnástico-verbales que se tuvieron que sacar de la manga para justificar lo que, repito, antes era injustificable aunque, eso sí, ahora la cosa cambiaba de cariz, porque criticar aquello, ahora, era de gente malpensada que obviamente, si no estaba con ellos estaba con los otros.

En esta parte de la historia, el resto ya se conoce: unos se fueron, otros se quedaron, las cosas fueron cambiando y, finalmente, la ilusión que empujó a millones de ciudadanos a elegir alternativas políticas, se quedó simplemente en agua de borrajas.

En el camino, queda el descrédito de un sistema político que, durante décadas, sólo se sirvió así mismo y que, en el momento en el que hubo una oportunidad real de cambio, aquellos que se erigieron como adalides del mismo prefirieron simplemente el aceptar y empezar a disfrutar de aquellos privilegios que tanto criticaron.

Repito ¿Y esto a qué viene?

Te cuento todo esto porque, desde hace unos días, un montón de pensamientos extraños están volviendo a mi cabeza: desde gente que pasó fugazmente por mi entorno, por mi vida personal y laboral, hasta libros, películas o programas de radio que escuché alguna vez en mi vida.

Y desde hace una semana, no sé muy bien por qué, hay un libro que martillea mi cabeza: “Rebelión en la Granja”, de George Orwell...


Quizás por eso me decidí a escribir esta historia, no lo sé, no estoy seguro.

Pero lo que sí sé es que, lo arriba contado, es veraz y, si te sientes herido, piensa que en ningún momento he dado nombres y mencionado siglas de ningún tipo.

Esto sucedió en Holanda, Francia, Italia y Grecia, como ya habrás podido imaginarte, pero creo que, hasta este momento, esos países no habían venido a tu cabeza.

O ¿Qué te crees? ¿Qué esto iba de tu país y/o de tu opción política?

Recuerda: dadas las mismas circunstancias, cualquier estructura humana se comportará de la misma forma.

Un abrazo,


Paquito

Emilio: sugerenciasapaquito (arroba) yahoo (punto) es

Twitter: @paquito4ever

Comentarios

  1. Hola a todos, espero estéis bien.
    En referencia a la tesis de Paquito:
    "Recuerda: dadas las mismas circunstancias, cualquier estructura humana se comportará de la misma forma."
    Me gustaría decir, para matizar:
    -Habría que aclarar qué se entiende por estructura humana.
    Difícilmente podremos comparar estructuras societarias, aún muy simples, basándonos solo en el número de individuos, en la tipología de las relaciones que ligan a sus miembros, en su historia y cultura, en las relaciones de poder que mantengan con otras estructuras con las que mantengan relaciones, etc.
    -Habría que aclarar qué se entiende por condiciones.
    Del mismo modo las condiciones, e.g. proximidad a los centros de poder, capacidad de endeudamiento, geografía(siempre diferente), etc.
    -Las mismas circunstancias.
    ¿Qué se entiende por mismas circunstancias?
    *
    Para mí "Rebelión en la granja" o "1984" son metáforas inteligentísimas que nos advierten del peligro del Totalitarismo.
    De forma un tanto más moderna se puede hablar de "Totalismo", un nuevo término acuñado por las teorías políticas que tiene su interés. Ver el libro "Totalismo: Un fantasma recorre Europa" de Miquel Porta Perales, en el que se retratan las diversas aspiraciones similares a las totalitarias pero suavizadas en las sociedades modernas, gracias a los cambios en la Información y en sus estructuras económicas.
    Un ejemplo de ello sería la Rusia de Putin o la Turquía de Erdogan, pero va abriéndose camino de manera insidiosa tal vez donde las democracias tradicionales han resistido peor las crisis.
    El máximo grado de complejidad suele presentarse en los campos de estudio y/o de aplicación de las Ciencias Sociales. De la Economía a la Sociología o a la Planificación Estratégica, tratar de sacar tajada con llamadas a soluciones fáciles parece seguir contando con seguidores. Eso denunciaba p.e. Orwell. Que no se nos olvide, nos viene a decir Paquito con toda razón.
    Buena suerte en estos tiempos.

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    Respuestas
    1. Hola Pedro,

      Gracias como siempre por la visita y el elaborado comentario: es un verdadero lujo :-))

      Por estructura humana me refiero a cualquier grupo de personas unidas por un objetivo común (sea una asociación de vecinos, sea una empresa, sea un partido político): salvo los típicos casos de la tribu de dios-sabrá-dónde, solemos funcionar todos igual si las condiciones (las circunstancias alrededor de la capacidad del grupo para conseguir su objetivo y las circunstancias personales de los individuos que la componen) son similares.

      Ejemplo ejemplar: una de las organizaciones más corruptas del planeta (FIFA) tiene su sede en Suiza y fue, hasta hace poquito, dirigida por un suizo.

      Del refranero español: "Dios los cría y ellos se juntan" (creo que eso explica muchísimas cosas).

      A mí "Rebelión en la granja" (es mi lectura personal, ojo), nos muestra como una vez se alcanza el poder, la siguiente misión es retenerlo, dando paso al famoso "el fin justifica los medios" que, si no se le ponen las cortapisas adecuadas, como la bola de nieve cuesta abajo en la montaña, desemboca en el autoritarismo (pero es mi lectura personal: probablemente esté equivocado).

      Pero, en el camino, la parte más irónica, es la del "donde dije digo, digo Diego" y que es la parte más visible y preocupante, signo de que ya sabemos como acaba la historia.

      La política es el arte de lo posible: no espero que un político sea absolutamente sincero, pero sí espero coherencia, sobre todo de aquellos que más la exigen y que te dicen que, si un político no es coherente, que desconfíes (la propiedad transitiva del propósito se rompe cuando le aplicas la misma regla: ahí es donde el cambio de discurso te lo dice todo).

      "El poder" como fin, no como medio: no soy político, no entiendo muchas cosas, pero sé cómo funciona la vida y sé qué, si voy a un congreso de abogados, en la pausa del café, probablemente oiré hablar a la gente sobre temas de la abogacía.

      Cuando el poder es el fin y no el medio, cuando el personal, impoluto, llega a el y, en cuestión de meses, cambian, me hace pensar que, en realidad, nunca hubo voluntad de cambio en primer lugar.

      Pero no lo sé: nunca he disfrutado de la famosa "erótica del poder", así que no la entiendo.

      Quizás, si yo estuviera en las mismas circunstancias, actuaría de la misma manera...

      Ésta, es la parte que a veces me quita el sueño.

      Un abrazo y, de nuevo, mil gracias por la visita y por el comentario :-))

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