Old Blog - Otro Relato de Asimov...

Excelente... Zurdo, como no :-)
Disfrutad de la lectura y pensad sobre todo en lo que el texto expresa.
Salu2.
Extracto de "La tragedia de la Luna"
Isaac Asimov
La hipocresía es un fenómeno universal. Termina con la muerte, pero no antes. Cuando es consciente, repugna, pero pocos de nosotros somos hipócritas conscientes. ¡Es tan fácil inventar argumentos que hagan el caldo gordo a nuestros propios intereses y prejuicios, y encontrarlos sinceramente nobles!

Sabe el cielo cuánta gente se ocupa hoy de denunciar nuestra sociedad tecnológica y todos los males que nos ha traído. Y lo hacen con una virtud auto-consciente que enmascara el hecho de que todos ellos anhelan los beneficios de esa sociedad tanto como cualquier otro. Por así decirlo, son capaces de denunciar la maquinilla eléctrica de afeitar del vecino mientras rasguean una guitarra eléctrica.

No faltan los idealistas que "vuelven a la madre tierra" y perseveran el mes o dos necesarios para que les salgan callos. Imagino que usarán palos y piedras como herramientas, despreciando los fantasiosos instrumentos metálicos manufacturados por modernos hornos y fábricas. Pero incluso así sólo son libres de hacerlo porque se aprovechan de que nuestra sociedad tecnológica puede alimentar (aunque sea imperfectamente) a miles de millones de seres humanos, y dejar todavía tierra para que los amantes de la vida llana caven en ella.

La sociedad tecnológica no le fue impuesta a la humanidad. Nació de la demanda humana de alimento abundante, calor en el invierno, fresco en el verano, menos trabajo y más juego y diversión. Por desgracia, la gente quiere esto, y además todos los hijos que les parece bien tener, y el resultado es que la tecnología, en sus mejores logros, nos ha llevado a una situación de considerable peligro.

Muy bien; hay que salir del aprieto y salvar el pellejo, ¿pero cómo? Para mí, la única respuesta posible es: a través de un uso continuado y más sabio de la tecnología. No digo que esto garantice el éxito, pero sí que ninguna otra solución funcionará. Para empezar, me parece que debemos continuar, extender e intensificar la aplicación de computadores a la sociedad. ¿Una idea ofensiva? ¿Por qué? ¿Que las computadoras no tienen alma? ¿Que no tratan a los seres humanos como seres humanos?

Pongamos las cosas en su sitio. Las computadoras no tratan a nadie como nada. Son instrumentos matemáticos proyectados para acumular y manipular datos. Los responsables son los seres humanos que programan y controlan las computadoras, y si a veces se esconden tras ellas para enmascarar su propia incapacidad, es realmente un error humano y no un fallo de la computadora. ¿No es así?

Podría, desde luego, argumentarse que si la computadora no estuviera allí para escudarse uno detrás, las personas encargadas se verían colocadas en la picota, y obligados a tratarnos con más decencia. Sin embargo, la historia de la ineptitud administrativa, del salvajismo burocrático, de todas las injusticias y tiranía del pequeño funcionariado precede con mucho a la computadora.

Ese sometimiento definitivo a las computadoras, esa absoluta conversión en una sociedad organizada numéricamente, ¿no borrará la iniciativa, la creatividad, el individualismo? Pero, ¿en qué sociedad los ha habido?

Mostradme una sociedad, en cualquier momento de la historia mundial, en la que no hubiera guerra, ni hambre, ni pestes, ni injusticia. Hemos conocido sociedades en las que hubo iniciativa, y creatividad, e individualismo, sí, pero sólo en un pequeño estrato superior de aristócratas y privilegiados.

Los filósofos de Atenas tuvieron tiempo para pensar y especular porque la sociedad ateniense era rica en esclavos que no tenían ocio alguno. Los senadores romanos vivieron vidas lujosas a base de saquear todo el mundo mediterráneo. Las cortes reales de todas las naciones, nuestras propias gentes del Sur, nuestros propios industriales del Norte, vivieron fácilmente a costa de campesinos y esclavos y trabajadores.

¿Queréis esas sociedades? Si es así, ¿dónde os situaríais? ¿Os meteríais en el pellejo de los esclavos atenienses o en el de los filósofos? ¿En el de los campesinos italianos o en el de los senadores romanos? ¿En el de los trabajadores sureños o el de los propietarios de plantaciones? ¿Os gustaría veros transportados a una de esas sociedades y correr el riesgo de que os tocara la posición que os tocara, recordando que por cada persona que vivía cómodamente había cien o mil que se debatían en la oscuridad?

¡Hipócritas! No queréis para nada la sociedad simple. Lo que queréis es estar cómodos, y al infierno con todos los demás.

Me gustaría que cada persona recibiese una clave de identificación, larga y complicada, con símbolos que representen su edad, ingresos, educación, vivienda, ocupación, número de miembros de la familia, gustos particulares, posición política, preferencias sexuales, todo lo que sea concebible codificar. Me gustaría que todos estos símbolos fuesen periódicamente puestos al día, para que todo nacimiento, toda muerte, todo cambio de domicilio, todo nuevo trabajo, toda nueva calificación académica, toda detención, toda enfermedad sea constantemente registrada. Naturalmente, cualquier intento de evadir o falsificar tales símbolos sería claramente una acción antisocial, y como tal habría de ser tratada y castigada.

¿No sería una codificación así una invasión de la intimidad? Sí, desde luego, pero ¿por qué mencionarlo? Esa batalla la perdimos hace mucho tiempo. En cuanto aceptamos un impuesto sobre la renta, concedimos al gobierno el derecho a conocer ese extremo. Al insistir en que el impuesto sobre la renta fuera igualitario, admitiendo deducciones por gastos y pérdidas comerciales, por contribuciones, depreciación, y quién sabe cuántas otras cosas, hicimos necesario que el gobierno se ocupara de todo ello, que investigase cada cheque que firmamos, que observase cada comida en cada restaurante, que hojease todos nuestros registros.

No me gusta. Odio, y me sienta mal, que me traten como culpable hasta que no pruebe mí inocencia. Odio participar en una pelea desigual con una agencia que es al mismo tiempo fiscal y juez. Y, sin embargo, es necesario. A mí, personalmente nunca me han cogido, hasta el momento, más que en exceso de pagos y, en consecuencia, no he recibido más que reembolsos, pero tengo entendido que no es lo habitual. El Servicio de Recaudación de Impuestos, al volver a todo el mundo patas arriba y sacudirlo, recoge millones de dólares que pertenecen legítimamente al gobierno.

Bien, ¿qué ocurriría si todos estuviéramos perfectamente codificados, y si esta codificación fuera manipulada y manejada por computadoras? Nuestra intimidad no se vería más destruida de lo que lo está, pero los efectos de esa destrucción podrían ser menos sensibles e irritantes. El Servicio de Recaudación no necesitaría estudiar nuestros registros. Tendría nuestros registros.

A mí, por mi parte, me encantaría estar en una situación en la que no pudiera de ninguna manera hacer trampas, siempre y cuando ningún otro pudiera hacerlas tampoco. Para la mayoría supondría un ahorro en impuestos. Incluso me gustaría ver una sociedad sin dinero efectivo. Me gustaría que todo el mundo funcionara con tarjetas de crédito organizadas por computadora. Me gustaría que toda transacción, de cualesquiera naturaleza y monto, desde la compra de General Motors a la compra de un periódico, llevase aparejado el uso de esa tarjeta de crédito, con lo que el dinero sería transferido electrónicamente de una cuenta a otra.

Todo el mundo sabría en todo momento cuál era su activo. Por lo demás, el gobierno podría recibir su parte por cada transacción, y ajustar las cuentas, en más o en menos, a fin de cada año. No podríais evadir impuestos, ni os tendríais que preocupar para nada. Todo este entrometimiento personal, ¿no permitiría al gobierno controlarnos y reprimirnos más despiadadamente? ¿Es compatible con la democracia?

La verdad es que al gobierno no le faltan nunca métodos para controlar a la población. No se necesita computadora alguna, ni código, ni expedientes. La historia de la humanidad es una historia de la tiranía y del gobierno por represión, y algunos de los gobiernos más represivos y eficientemente despóticos han contado con muy poca tecnología a su servicio.
¿Usó la Inquisición española computadoras para perseguir a los herejes? ¿Lo hicieron los puritanos de Nueva Inglaterra? ¿Los calvinistas de Ginebra?

Lo difícil, claro, es encontrar un gobierno que no sea represivo. Hasta el más liberal y tolerante de los gobiernos, que respete de ordinario las libertades civiles, se torna rápidamente represivo tan pronto como surge una emergencia y se siente amenazado. Y lo hace sin dificultad alguna, saltándose cualquier barrera legal como si no estuviera allí. En la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, el gobierno de los Estados Unidos -a quien quiero y respeto- llevó a miles de americanos de ascendencia japonesa a campos de concentración, sin rastro alguno de derecho legal. No podía ni siquiera considerarse como una medida necesaria en tiempo de guerra, dado que no se hizo lo mismo (ni en sueños) con los americanos de ascendencia alemana o italiana, a pesar de que tan en guerra estábamos con Alemania e Italia como con Japón. Sin embargo, la acción encontró en general poca resistencia entre la población, y fue, de hecho, popular, y sólo por nuestra prevención hacia la gente de ojos extraños y por el miedo a Japón en el tiempo inmediatamente posterior a Pearl Harbor.

Esa es la palabra clave: miedo. Toda represión surge del miedo. Si no es del miedo general, es del miedo de un tirano a perder su propia seguridad.

De no conocer en detalle a su población, un gobierno sólo puede sentirse seguro si reprime a todos. A falta de conocimiento, un gobierno tiene que ser cauto, tiene que reaccionar ante rumores y suposiciones, y tiene que atacar a todos duramente para no ser atacado. Las peores tiranías son las tiranías de los hombres temerosos.

Si un gobierno conoce a fondo a su población, no necesita temer inútilmente; sabrá a quién temer. Habrá, desde luego, represión, dado que jamás ha existido un gobierno que no haya reprimido a quienes considerase peligrosos; pero la represión no tendría que ser tan general, tan duradera, ni tan encarnizada. En resumen, habría menos temor en las alturas y, por tanto, más libertad abajo.

¿No reprimiría un gobierno por el mero gusto de hacerlo, si tuviese el tipo de oportunidad que la computadora le ofrece? No, salvo que esté loco. La represión crea enemigos y conspiradores, y por muy eficiente ayuda que pueda proporcionar una computadora para luchar contra ellos, ¿para qué crearlos si no es necesario?

Por otra parte, un conocimiento profundo de las características de la población puede hacer que los servicios gubernamentales que ahora exigimos sean más eficientes. No podemos esperar que el gobierno actúe inteligentemente si no sabe, en todo momento, lo que está haciendo; o, en detalle, lo que se le está exigiendo. Para empezar, hay que comprar los servicios con dinero, como todo contribuyente sabe; mas para que esos servicios sean útiles y eficientes hay que entregar luego, a cambio, información sobre nosotros mismos.

Los individuos pueden ser lo suficientemente miopes como para preferir el beneficio inmediato y mandar al infierno a todos los demás, incluidos sus hijos; pero las computadoras no son tan desalmadas. Serían programadas para el funcionamiento de una sociedad, y no para la comodidad de los individuos, y no venderían el derecho de primogenitura de nuestra sociedad por el plato de lentejas de un individuo, como hace el ser humano incontrolado.

Por otro lado, las personas son a veces lo bastante emocionales como para desear la guerra e imponer sus puntos de vista, a pesar de que una guerra termina casi invariablemente con la derrota de ambos lados (aunque algunos individuos particulares se beneficien), y no es concebible que ninguna guerra sea tan útil como un compromiso sensato. Pero es imposible que una computadora adecuadamente programada sea tan desalmada como para recomendar la guerra como solución óptima.

Y si las diversas naciones se sometieran a computadoras bien programadas, sospecho que todas las computadoras nacionales llegarían, por así decirlo, a un acuerdo. Todas recomendarían programas compatibles, dado que está claro que hoy en día, y más aún en el futuro, ninguna parte de la tierra puede beneficiarse del mal de otra. El mundo es pequeño. O nos salvamos todos juntos, o nos hundimos a una.

Eso es, pues, lo que quiero, un mundo sin guerra y sin injusticia, posible gracias a la computadora.

Y como trato de no ser hipócrita, admitiré francamente que quiero ese mundo simplemente por razones egoístas. Me hará sentirme bien.

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