Silke

Buenas,

Tenía 20 años cuando, en aquel tren, me acerqué a aquella chica y le hice la pregunta:
- ¿Me puedes traducir esto?
Estaba en Francia y acababa de pasar de un fin de semana en un “Chateau” (que los españoles traducimos como “Castillo” y que es más como una gran casa de campo) con mis compañeros de universidad (lo que los franceses llaman "Fin de Semana de Integración": una forma de que los estudiantes se conozcan).

La chica me miró con cierto aire de curiosidad: estaba escuchando en mi Discman la Banda Sonora de Matrix y, entre las diferentes canciones, había una de un grupo alemán llamado “Rammstein”…

Cuando aquella chica escuchó la canción, empezó a sonreír y, con aire sorprendida, me preguntó si me gustaba ese tipo de música…
- Sí claro, - respondí - me gustan muchos tipos de música…
Desde aquel día nunca pude olvidar su nombre: se llamaba Silke y, durante aquel año, me enseñó todas las bondades que, unos años más tarde, descubriría al visitar su país.

No te engañes: nunca hubo nada con ella pero fuimos grandes amigos.

Algo que me fascinaba de ella era su capacidad para ser libre: hablaba un poquito de español y, una de las primeras cosas que me dijo en nuestro idioma fue (literal: juro que esto es cierto):
"Hola: me llamo Silke, como la chica de las compresas"...
No sé cómo diablos aprendió eso, pero sé que tuvo que ver con unas vacaciones que pasó en España, donde su nombre hizo furor por el famoso anuncio de productos de higiene femenina, protagonizado por una actriz española que tenía ese nombre.

Silke era una máquina haciendo apuntes (alemana: precisión, orden e increíbles formas de archivar la información eran sus armas).

Yo, en cambio, era “pensamiento lateral” en estado puro: iba a clase y apenas tomaba apuntes, mientras mi única ocupación, a rangos grandes, era escuchar a los profesores, mientras les bombardeaba con mil y una preguntas.

Yo iba a clase a aprender, no a tomar notas.

Hasta tal punto llegó mi pragmatismo que, un día, dejé de aprenderme los calendarios de clase (que cambiaban cada mes).

Pero, no estaba loco: esa importante tarea la delegué en otra chica alemana, Alexandra, "Alex" para los amigos y para mí (detalle: fui el único estudiante al que la directora de la universidad permitía el uso del tuteo), la cual conocía los calendarios de las distintas opciones que había en mi curso (una máquina la chiquilla).

“Buenos días Alex: ¿Qué tenemos hoy?” era mi ritual pregunta diaria (en alemán, eso sí: "Guten morgen Alex: Was habben wir heute?").

Alex siempre sabía lo que tenía que hacer, las clases que tenía que asistir, los trabajos que tenía que entregar…

Gracias a Alex siempre supe a dónde tenía que ir y a qué hora además de entregar todos mis trabajos a tiempo: gracias a Silke pude estudiar con los mejores apuntes, hechos a mano, que he visto en mi vida y que, gracias a mi ordenador (que me fue enviado a España, empaquetado entre todo tipo de productos de la tierra), pasaron a ser perfectamente mecanizados, resumidos y anotados en las diferentes versiones que adoptaron.

Los años pasaron y nunca olvidé la lección que obtuve en Francia: aquel grupo de amables alemanas (once había en mi clase: extrañamente, ningún chico) que, desde su humildad, su extremada amabilidad y su sentido del humor, me hicieron sentir feliz en el país del queso y el champán.

Años más tarde, al fin, pude ir a vivir a aquellas tierras: descubrí un país tal y como me lo imaginé, salvo por una pequeña precisión: no sólo obtuve lo que pensaba que obtendría, sino que Alemania me dio mil cosas más.

Durante ese tiempo, sin embargo, intenté contactar con Silke (nuestra amiga se casó con su novio) y, por diversos motivos, nunca pude llegar a hacer contacto allí.

Un día me enfadé y le dije que no quería volver a saber de ella (mis razones tuve y las mantengo) pero, muy alemán, hace unos años, un día, sin venir a cuento, recibí un e-mail suyo preguntándome cómo estaba y que si quería seguir en contacto con ella.

Las cosas buenas vuelven: no sé cómo lo hago, pero desde que tengo 12 años, Alemania ha estado enviándome señales (mis vecinos en mi ciudad natal eran españoles que emigraron allí y que volvieron para jubilarse en nuestra tierra, uno de mis primeros jefes era mitad español y mitad alemán, mi experiencia en Francia, Alemania al fin y ahora aquí, en Ámsterdam, trabajando con, entre otros, alemanes también).

¿Qué tiene Alemania? Quizás es una pregunta difícil de responder: es lo mismo que tiene Madrid (ese “algo” que no puedes definir) salvo por una pequeña diferencia y es que los alemanes, siendo a veces un poquito cuadriculados, suelen ser tremendamente amables y educados (cosa que en nuestro país echo de menos)…

También tienen su lado oscuro, como cualquier sociedad, no te engañes: mientras que como sociedad me encontré un país amable, en el trabajo, también dentro de esa amabilidad, me encontré aquella caricatura que solía hacerle a mis compañeras teutonas cuando no sabían ver más allá de lo que se les había dicho para hacer tal cosa.

En aquel momento, con una enorme sonrisa, dejaba de hablar, les miraba y empezaba, con mis manos, a crear un cuadrado alrededor de mi cabeza, contándoles que esa era la visión que los españoles teníamos de ellos por, entre otras cosas, situaciones como estas.

De ellas, en cambio, aprendí su enorme sentido del humor y de su miedo a quedarse fuera de lugar: aprendieron conmigo a ser más atrevidas, a hacerme bromas, a aceptar un yogur o un café, cuando se lo compraba en la cafetería, preparando un trabajo o lo que fuera, sin esperar nada a cambio ("Hoy por ti, mañana por mí", les decía)...

Si sólo aprendiéramos eso, entonces mi país sería el lugar más maravilloso de la tierra.

En ellas entendí como desde la educación hace el respeto y, a través del respeto, se corrigen muchos problemas, desde el nivel más bajo (el trato con los vecinos, el amor y respeto hacia los animales), hasta los niveles que derivan de la dinámica social en un país en otros círculos (bajos salarios, nulo trato al trabajador,  calles más limpias, menos atascos, menos crispación y violencia…)

La educación y el respeto tienen, en definitiva, efectos increíbles en cualquier sociedad.

Pero, todo esto, en realidad, son extraños pensamientos que vienen a mi cabeza, cuando, intentando escribir un correo en el trabajo, buscando un nombre, aparecen nombres con esas cinco letras que, hace ya 17 años, me enseñaron una hermosa lección:

"Un día que no sonríes, es un día perdido".

Eso es todo.


Paquito
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Comentarios

  1. Respuestas
    1. Buenas,

      Gracias por pasarte por aquí: como soy medio lerdo, acabo de borrar lo que te estaba escribiendo.

      Pero venía a decir, así rapidito, que mientras que Alemania fue un país que disfruté en la parte personal, en la parte profesional tuve un choque cultural importante.

      Yo no soy nada jerárquico: lo aprendí desde muy joven, trabajando aquí y allá, con respecto al carácter de los superiores (aprendí que la jerarquía se gana, no se merece)... Esto, bien llevado, sería bastante útil en mi vida, pero sería algo muy contraproducente en el país teutón (ahí es donde me he encontrado varias veces con el mismo problema: mientras que personalmente les entiendo mejor que nadie, profesionalmente no caso con ellos).

      De eso creo que hablé en su día... No estoy seguro: tendré que mirarlo a ver :)

      Un abrazo y mil gracias por tu visita y por tu comentario.

      Paquito.

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