Legacy - Lo que siento...
Nota: este artículo se escribió en 2013 pero, como otros tantos, nunca se llegó a publicar... Hasta ahora... Fueron tiempos complicados, justo en el momento en el que los aires cambiarían de rumbo en muchos aspectos de mi vida...
Espero que lo disfrutes.
- Déjeme que le explique lo que siento...
Su amable sonrisa, unido a su tono conciliador, me invitaron a esa extraña confianza en la que uno cae cuando, en un trabajo, conoces por primera vez a la persona que va a ser tu nuevo jefe.
Nada nuevo bajo el cielo, nada cambia bajo nuestras cabezas y nada es diferente a lo que tú quizás hayas vivido en situaciones parecidas de tu vida profesional.
Salvo que esa persona será mi cuarto superior... En un año...
La leve luz de la sala de reuniones en la que estoy invita a una cálida y distendida conversación donde, ya un poquito más mayor (¿Y quién sabe? A lo mejor un poquito más sabio), me decido a hablar con una leve sonrisa.
Un cierto grado de emoción empieza a calentar tus entrañas... Pero hoy no es el día: el día anterior fue mi último día en el curso de holandés, después de tener que poner a mi profesor en su sitio (la peor experiencia educativa de mi vida: gracias Volks Universitat de Amsterdam), al enterarme de que, en mi ausencia, en una situación similar, el tipo poco menos que se encaró con una compañera mía que, para más INRI, estaba embarazada...
- No supimos reaccionar bien - me dijo uno de mis compañeros (de origen español)...
- Ya veo - le respondo - Hoy tampoco...
Pero ese calor se queda ahí y notas como poco a poco inunda tus mejillas y partes de tu cabeza.
Sabes que esa persona no es responsable de nada, que no es culpa suya, así que no vas a hacer algo que no sea no sea ni justo ni adecuado: es lo que, a pesar de que aquí te cueste ser llamado "idiota", me resisto a abandonar.
Sabes que esa persona no es responsable de nada, que no es culpa suya, así que no vas a hacer algo que no sea no sea ni justo ni adecuado: es lo que, a pesar de que aquí te cueste ser llamado "idiota", me resisto a abandonar.
"Déjeme que explique lo que siento"... Me he quedado callado durante unos breves segundos: modero mi respiración y entono una mueca de sonrisa para que mi voz suene lo más amable posible: vas a contarle a alguien una de esas cosas que llevas gritando en silencio desde hace algún tiempo y que, aquí sí que sí, aprendes que en estos lares nadie desea conocer, por aquello de que tus problemas son tuyos y allá te las apañes como puedas.
Conozco mi rostro: mis ojos recorren la mesa en su dirección y noto como la expresión de los mismos cambia: sí, estoy sonriendo, pero mi mirada es algo diferente... No sabría cómo definirlo, pero no es la pretendida alegría que mis labios quieren forzar para así hacer el diálogo algo más suave.
"Soy de allí abajo": lo suelo decir varias veces a la semana con el orgullo del caído al que has podido vencer, pero al que no conseguirás derrotar jamás...
El español pierde batallas y guerras, pero resiste hasta que no queda más (que se lo digan a "Los últimos de Filipinas").
Nelson ganó la batalla de Trafalgar, pero no vivió para celebrarlo.
Nelson ganó la batalla de Trafalgar, pero no vivió para celebrarlo.
En ese momento, vienen a mi cabeza muchas cosas: desde hace un tiempo, tu batalla ha sido personal y en silencio, aprendiendo a aceptar lo que no puedes cambiar y, por otra parte, dominando a los instintos que, por fortuna o por desgracia, te mantienen a flote en este lugar del mundo.
Es duro estar rodeado de gente y, sin embargo, batallar contra la soledad y contra lo que tu cabeza grita en un sordo silencio.
Un tiempo atrás, en una discusión con un consultor, intento explicar cómo debe ser tal o cual cosa... En la siguiente escena, el tipo, creyendo que no entiendo el holandés, se pone a rajar, en términos bastante insultantes, justo detrás de mí...
Es la hora de la comida: hace tiempo que no como ni hablo con nadie, hecho que aprovecho para, en mi sitio, mirar cosas en la red, digiriendo lo que acaba de suceder, pensando en qué hacer y cómo hacerlo.
Tres años antes, en una circunstancia del estilo, monto un pollo épico que acaba en un despacho, con un alto cargo, intentando conciliar y manejar el asunto: su épica forma de manejarlo me lleva a disculparme, mientras el otro ni siquiera es capaz de hacer la más mínima concesión que no sea una respuesta vacía que no denota aceptación de ningún mal hacer ("wrongdoing": no sé explicarlo bien en castellano)...
Un año más tarde, aprendería a manejar la situación...
Justo cuando el tipo vuelve, risueño y encantado de haberse conocido, con mi sangre como si acabara de salir de un horno, respiro profundamente y aprendo del episodio anterior:
- ¿Podría hablar contigo durante cinco minutos?
- Sí, claro - responde, ajeno a lo que se avecina.
En una sala de reuniones, alejada del bullicio, según cierro la puerta, esbozo una sonrisa, una vez más, para forzar que el tono de la voz sea más amable.
- Quería comentar contigo un par de cosillas...
El corazón se me ha subido a la garganta: necesito respirar de forma tranquila, porque si no me vendré arriba y montaré la de Cristo... Y, como dicen los italianos: "El que se enfada, pierde".
- Trabajamos en un entorno multinacional - empiezo diciendo - y, en los entornos multinacionales, con cada cual de su padre y de su madre, todos utilizamos nuestra lengua materna, de vez en cuando, para comunicarnos...
"¡Respira! ¡Por el amor de Dios! ¡Respira!" te repites mentalmente: el pulso está desbocado, mi voz se empieza a ensombrecer...
No soy capaz de sonreír... Mierda.
No soy capaz de sonreír... Mierda.
- Siempre digo - continúo - que, siempre y cuando te ayude a hacer tu trabajo de la mejor forma posible, cada cual es libre de hablar o hacer lo que le dé la gana: lo importante es que, al final, las cosas salgan adelante...
- Pero hay un problema - las mejillas me empiezan a quemar... Sólo quedan un par de cosas más: ¡Por el amor de Dios! ¡Respira! - y es cuando las diferencias idiomáticas se utilizan como arma...
Ya estás ahí: Anibal está a punto de cruzar Los Alpes con los elefantes... Un pasito más.
- Si te vuelvo a pillar insultándome o refiriéndote a mí en términos poco menos de ofensivos, mucho más en holandés, en mi presencia y delante de otros recursos externos, te juro por mi vida que la queja que voy a poner contra ti se va a oír hasta en Mongolia, y te lo aseguro: la diferencia entre toda esta gente y yo es que ellos tienen hijos e hipotecas que pagar, mientras yo sólo tengo una puta Nintendo Wii en el armario... Haz las cuentas, a ver qué pasa ("Do the math: let´s see what happens").
Me conozco y, sobre todo, lo noto en mi cara: mis ojos se han afilado, mis párpados se han permanecido inamovibles y esto no es una amenaza, sino una muy seria advertencia de alguien que, efectivamente, no tiene nada que perder, pero que ha aprendido que, en este país, hay un punto en el que acariciar según qué cosas te confieren una extraordinaria capacidad para que se te tome muy, muy en serio.
Sus ojos están como platos: su nuez se mueve, intentando tragar la poca saliva que se le acaba de quedar en la boca: está recién comido, pero me parece que la digestión se le acaba de parar... El color de sus mejillas denotan que el torpedo ha sido de una efectividad letal.
- Yo no he dicho nada que...
- Sí, sí que lo has dicho - le corto de inmediato, mi tono es ahora amenazante y le repito en inglés alguna de las lindezas -. Has asumido además, que, como soy extranjero, no te entiendo... Y sí: sí te entiendo, te he entendido perfectamente y tengo a varios testigos, tus colegas, con los cuales, no tengo nada más que extender la queja hacia ellos para que empiecen a cantar "La Traviata" en cuanto huelan que la cosa les pueda costar el mismo disgusto que te va a costar a ti.
Jaqué mate (¡Chúpate esa, Bobby Fisher!).
El pulso se relaja: el candor en la piel de tu cabeza se disipa... Se acaba de poner la soga el solito y ahora, además, entiende el problemón que tiene: tengo testigos (cosa que, si no tuviera, produciría lo del "Es tu palabra contra la mía", situación en la que, tan mal está la cosa, probablemente me perjudicaría a mí) los cuales no dudarán un instante en vender su piel si se le ocurre negar los hechos y, en su situación, además, este tipo de cosas acaban muy mal pero, sobre todo, en su evaluación de la posible salida, percibe que lo que tiene delante es muchísimo peor de lo que se haya podido encontrar en su vida: tiene a alguien que le dice que no tiene nada que perder y que le acaba de recordar el motivo por el cual, todos los días de su penosa existencia, se tiene que joder y madrugar para soportar a gilipollas como yo.
Tiene obligaciones, facturas que pagar y bocas a las que alimentar.
Pero yo no y, sobre todo, hace unos días ha visto lo que sucede cuando, en una historia que uno de sus compañeros estaba creando, detecto que una ventana es un pixel más grande que otra que está al lado.
Me encanta jugar a la Guerra Termonuclear.
Pero yo no y, sobre todo, hace unos días ha visto lo que sucede cuando, en una historia que uno de sus compañeros estaba creando, detecto que una ventana es un pixel más grande que otra que está al lado.
Me encanta jugar a la Guerra Termonuclear.
La cosa acaba con una disculpa donde sólo falta que me abrillante los zapatos a lengüetazos: no volverá a hablar en holandés delante de mí y, desde ese día, curiosamente, nos llevaremos fantásticamente bien (cosas de la vida: tanto reforzar la auto-estima y la bondad para, al final, acabar utilizando una buena dosis de coacción... Machiavelli estaría orgulloso de mí).
Durante ese tiempo, además, en un ejercicio de paradójica supervivencia, has aprendido a hablar italiano, idioma que no es entendido entre los que me rodean y que me permitirá conversar con alguien de mi oficina sin que los demás puedan entender qué sucede: uno de los episodios más duros se produce un día por la tarde, con esa persona, cuando ya no queda nadie y, ante la pregunta "¿Cómo estás?" una forzada respuesta y una mal disimulada sonrisa dan paso, en primer lugar, a un silencio que se apaga cuando las lágrimas comienzan a brotar a borbotones desde la comisura de mis ojos y ruedan con inusitada urgencia a través de mis mejillas.
No hay palabras... El mudo diálogo da paso a un abrazo que consigue confortar mi alma: sabes que no has hecho nada malo, pero sabes que hay consecuencias cuando, queriendo hacer lo correcto, a veces en la vida las cosas se tuercen sobremanera.
No has hecho nada malo, pero mírate: ahí estás tú, un jueves por la tarde, en la soledad de una oficina, llorando como un niño desconsolado, en la treintena de su vida, a miles de kilómetros de su hogar, en un mundo que has llegado a entender y a aceptar, pero que no te gusta...
No te gusta: simplemente, es así.
Volviendo a la sala de reuniones con tenue luz, la charla continúa en un tono firme pero conciliador: desde hace un tiempo, ciertas cosas ya te dan igual, cosa que, por una parte, te hace sentir bien, porque al fin te has dado cuenta de lo afortunado que eres en la vida, con todas las cosas buenas, malas y horribles que hayas podido ver y pasar, sigues siendo alguien extremadamente afortunado.
Quizás, no lo sé, esa es la parte que te carcome: no tienes por qué soportar o aceptar según qué cosas, pero decides hacerlo, quizás por un sentido Quijotesco del honor y del deber, batallando contra esos molinos de viento que tu quieres creer que son gigantes, por más que te avisen de lo contrario.
"Son gigantes, Sancho..."
La conversación termina y sientes como una enorme losa ha sido levantada de tu maltrecha espalda: la persona que ha escuchado tu historia, gracias a la obviedad de algunos de los episodios, me ofrece un bálsamo impagable a través de su empatía y su capacidad para, simplemente, escuchar los delirios no tan delirantes de ese pobre español que, ahora, está bajo sus dominios.
"Ahora estás aquí" me dice: la nueva realidad que estoy viviendo me muestra una luz al final de un largo túnel a través del cual, en soledad, he aprendido a conocerme a mí mismo... He resistido lo indecible, desde la incomprensión, la indiferencia y la complicidad de aquellos que, ante actos malvados, callan, quizás por miedo, quizás porque la crueldad es el refugio de los cobardes.
Hace dos semanas que estás en ese nuevo lugar: no tienes mucha idea de las cosas que hacen o cómo las hacen, pero todo el mundo es amable, educado y te dedica un poquito de su tiempo para que veas todo su engranaje.
Es bonito estar fuera del túnel pero, sobre todo, reconforta saber que tenías razón.
Y así, es como, después de casi un año, vuelves a comer entre gente.
Paquito
sugerenciasapaquito (arroba) yahoo (punto) es
Twitter: @paquito4ever
mmmmmm... Este post podria servir perfectamente de introduccion a lo que hablabamos el otro dia.. Si el susodicho tuviera o tuviese dar referencias de ti quizas no serian las mejores, y esto no quiere decir que seas un mal trabajador :-) (Lo siento, o lo digo o reviento, haha)
ResponderEliminarNota del autor: No pongo acentos pq me da palo cambiar la configuracion del teclado
Buenas:
EliminarGracias por la visita y el comentario: podría ser, pero obviamente esa persona JAMÁS será una referencia mía (uno elige sus referencias, como uno no enseña lo peor de si mismo en una entrevista de trabajo).
Nota: puedes cambiar el teclado si lo configuras en Windows 10 y, para hacer el switch, Windows Key + Barra Espaciadora.
O más fácil: utiliza el teclado americano internacional, que te permite poner acentos y eñes (aunque no los signos de apertura de exclamación o interrogación: esos son "pata negra" :-)).
Tambien es verdad :-)
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