El Bloqueo - Parte 7

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Los días de hospitales llegan...

Estamos a principios de Febrero: durante dos días me van a estar haciendo pruebas, así que todo está listo en mi vida (bloqueos de tiempo en agendas profesionales y personales, logística, instrucciones de qué hacer, no hacer antes de los procedimientos médicos).

En mi oficina, el murmullo y los rumores sobre mi salud aumenta: lo que todavía no saben es que, en un tiempo, algunos de ellos van a vivir algo parecido.

La primera prueba es una ecografía... En la recepción del hospital ya me conocen (es mi segunda vez y por ahí pasa una barbaridad enorme de gente, pero uno sabe como dejar huella) y me indican como llegar a mi destino mientras anuncian mi llegada a su sistema informático.

Dando vueltas por los pasillos adecuados, llego a una silenciosa zona en el hospital que, si uno fuera más pedante de lo que creo que ya soy, definía como “desangelada” y fría...

Es extraño pasearte por los hospitales aquí en Holanda: acostumbrado uno al bullicio que en todo hospital español suele haber (pacientes, doctores, enfermeras, personal de limpieza, asistentes entrando y saliendo de habitaciones), en Holanda, la cosa es bastante diferente (se tiene muy en cuenta el concepto de “saber estar” en un hospital, con respecto a lo que se refiere al tema del silencio)...

El área por el que estoy yo, a su vez, es un extremo: no hay nadie, la última vez que vi gente fue en la sub-recepción de la zona, a partir de la cual comienzas a caminar a través de un largo pasillo con ventanales a tu derecha y salas con máquinas de resonancia magnética y otros cachivaches a tu izquierda.

Por eso, en la “sala de espera” (una especie de sub-sala esquinera que parece más una ocurrencia de último minuto en el diseño del hospital más que una deliberada opción en su diseño), lo único que medianamente anuncia que allí existen indicios de vida es una puerta que, debido a algún tipo de corriente de aire, se mece suavemente, haciendo pequeños ruidos que uno asocia a problemas cuando ve una película de miedo.

Finalmente, una amable enfermera, después de un ratito de espera, pronuncia mis apellidos como buenamente puede y empezamos la sesión.

El detalle que me llama la atención es el procedimiento (consecuencia evidente de que, gracias al cielo, mis visitas a hospitales, así como sus pautas en los procesos, me son completamente desconocidos): mientras que la buena mujer accede a través de una puerta, el paciente accede a través de otra, donde se produce un efecto trampa, por cuanto te quedas encerrado entre dos puertas para que, además de dejar tus cosas, puedas quitarte la ropa que sea innecesaria para lo que sea que vayas a hacer).

Después por tanto de quitarte todo lo que está por encima de tu cintura, llegamos a la parte donde la segunda puerta se abre y, ahí, es donde uno recibe una enorme oleada de calor...

Sin tener mucho conocimiento, entiendo que esa bofetada de calor es la consecuencia de acceder a una sala de ecografía que, generalmente, se utiliza para ecografías con mujeres embarazadas y evitar así fríos e incomodidades...

Pero eso es asumir demasiadas cosas: hay pacientes como yo que también necesitan el procedimiento y eso de estar medio desnudo en una sala con una temperatura baja podría llevarte a ponerte enfermo, así que aquí, no se andan con chiquitas y la temperatura roza el absurdo.

Una vez me siento en la camilla donde la buena mujer pretende untarme de gel y sacar imágenes de mis entrañas, recibo instrucciones precisas de qué hacer y cómo.

Así que, sin dilación, nos ponemos manos a la obra y, mi amable enfermera, con una voz híper-dulce y mecánica a la vez, va indicando cuando debo inspirar y espirar el aire en el proceso de toma de imágenes.

Mientras tanto, en el proceso, intento reprimir alguna que otra carcajada que, finalmente, ante la curiosidad de la enfermera, decido explicar...

“Verá”, empiezo diciendo... “Es que esta historia que está haciendo ahora mismo ha sido objeto de cachondeo en mi trabajo”...

Porque ella no lo sabe todavía, pero está a punto de descubrirlo: una vez que me pongo, no puedo parar de soltar gilipolleces...

Y todo ello viene al hilo de que, con esto de que me tienen que hacer ecografías, amenazo con anunciar que estoy embarazado.

“Se aceptan apuestas” suelo adjuntar en el chascarrillo.

Después de un ratito tumbado en una sala increíblemente cálida y con el liquidillo-gel que te ponen para que el sensor que utilizan funcione mejor sobre mí, la sesión acaba y, este que te habla, decide largarse, no sin antes cotillear un ratito por el hospital, en particular las salas donde están los equipos de resonancia magnética (porque uno es así de curioso).

Sin mucho más que hacer en el lugar, decido marcharme e ir directamente al trabajo.

El segundo día, en cambio, va a ser toda una fiesta en todo su esplendor.

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Paquito
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Twitter: @paquito4ever

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