El bloqueo - Parte 8

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En el capítulo anterior, hablamos de ecografías y salas con temperaturas anormalmente altas,

Hasta ahí, la cosa iba más o menos normal.

Pero el día siguiente es el día de la verdad: el día en el que tienen que examinar de cerca a mi esófago y mi estomago.

Es la hora de entubarse.

Instrucciones muy precisas sobre cuando puedes comer por última vez (el día anterior hasta las doce de la noche) o lo que puedes beber (nada a partir de ese momento) acaban conmigo de nuevo en el hospital donde, las amables recepcionistas, esta vez, me piden que haga el registro en las máquinas dispuestas para tal efecto en el hospital.

Al llegar a la zona de destino, una sala con una serie de camillas, mi amable enfermero, un señor mayor, me empieza a hablar mientras, con curiosidad, con aquello de que no me entero, le sonrío y le pongo cara de bobalicón, o también llamada “de perro amaestrado esperando a que le lancen una pelota de tenis para ir tras ella”...

En ese momento es cuando se da cuenta de que yo soy “ese paciente” (por lo que parece, han dado instrucciones en el hospital de que se me expliquen las cosas en inglés)...

Así que, como yo soy “ese paciente”, decido jugar mi papel: amabilidad siempre, buen humor y paciencia...

“Quítese sus botas y deje su abrigo y pertenencias ahí” me empieza diciendo...

Esta parte me inquieta: Google dice que es un procedimiento desagradable pero que, generalmente, te enteras de todo.

El médico me dijo que utilizarían algo de anestesia, pero entendí que sería anestesia de tipo local para no sentir el cacharro bajando a través de mi esófago.

“No... Te van a dormir”, confirma mi enfermero, mientras otra enfermera, un poquito más joven, también habla conmigo...

Detalle: es curioso como, por el simple hecho de hablar de inglés, los enfermeros te tratan como si fueras idiota, mientras te repiten la enorme búsqueda en Google que han tenido que hacer para saber decir según qué términos en el idioma de Shakespeare...

Te dan ganas de decirles que digan el término directamente en holandés, que en el 90% de los casos es una transliteración de alguna palabra latina, término griego o mix de producto (prefijo - sufijo griego con palabra de raíz latina).

El caso es que, en esos momentos, estoy tumbado en una camilla esperando instrucciones: lo primero que hacen es darme un vasito con una sustancia transparente (el buen hombre es incapaz de explicarme el objeto o propósito del líquido, pero en su explicación en holandés, deduzco que es algún tipo de líquido que produce una película en el esófago para facilitar el procedimiento).

Unos minutos más tarde, mientras debato amistosamente con su compañera y con un par de pacientes más, alguien da la orden y me tienen que trasladar a la zona de operaciones.

Es en ese momento cuando mi enfermero empieza a mover la camilla y llevarme por otro largo pasillo y, como me siento rumbero, le pido que pare un momento y que me deje poner algo en el teléfono.

- ¿Qué quiere hacer? - Me pregunta curioso.
- Recuerda una película llamada “Agárralo como Puedas” (The Naked Gun)?
- No...
- Hay una escena que, seguro, te sonará de algo...

Y así es como, en 30 segundos, mientras mi camilla se dirige a su destino, mi enfermero y yo navegamos los pasillos del hospital con la siguiente música de fondo:

Agárralo como puedas - Intro: https://youtu.be/0LIHoEJAA4k?t=191

Afortunadamente no nos encontramos con mucha gente en el camino, pero las caras de incredulidad, además de alguna que otra sonrisa en el personal que nos fuimos encontrando de paso, fue impagable.

Tenemos que sonreír más: no nos queda otra.

Con un leve aparcamiento de camilla se me hace indicar que, ahora, estoy delante de la zona de sala de operaciones y que, por tanto, en estricto orden de llegada, me toca esperar mi turno.

En esa espera, me fijo en (una vez más: el sistema médico es aterrador aquí, pero sus medios y su organización son fantásticos) la composición de la zona, la división entre salas más pequeñas y más grandes, las guías con colores en el suelo para tal o cual propósito...

Y, finalmente, después de unos minutos, una enfermera que en todo momento me habla en holandés, empuja con suavidad mi camilla hacia la sala número 3, donde hoy se acometerá una de mis faenas más celebradas...

“La entrada en boxes” empieza en todo lo alto: me preguntan mi nombre, mis apellidos, mi fecha de nacimiento y demás en holandés (hasta ahí vamos bien).

A partir de ahí, cambio al inglés, pero la chica (digo chica, porque era probablemente mucho más joven que yo) parece que le ha cogido gusto a su idioma materno (el cual, también hay argumentos para decirme, podría aprender yo algún día de estos, pero me es francamente innecesario y, la vez que lo aprendí, simplemente por desuso, se fue para no volver) así que continúa, con el consecuente momento donde uno se siente más perdido de un burro en un garaje o, más concretamente, más perdido que un español en un quirófano holandés.

El señor doctor que me atendió por primera vez hace unas semanas y que es el responsable de requerir la ecografía y este procedimiento en particular, empieza a hablar conmigo también en holandés, en lo que intuyo que es una explicación de lo que allí se va a hacer y demás.

Así que, como ya hemos aprendido, nada como poner la cara de “si yo estoy seguro de que lo que sea que me estás contando es muy importante, que no te lo niego, pero que sepas que esto es tan productivo como intentar negociar con un muro si quiere moverse un par de palmos a la derecha”...

Ahí es cuando el buen hombre hace “clic” y se acuerda de mí... Y ahí es cuando la cosa sube al siguiente nivel...

Porque, aunque mi holandés es nulo, mi inglés es muchísimo más fluido que el del holandés medio.
- ¡Perdón! - Empieza diciendo... - El procedimiento va a durar unos 20 o 30 minutos: para ello te sedaremos y te introduciremos una sonda a través de tu boca... Para ello, te van a dar un objeto para que lo muerdas y que nos permite pasar la sonda sin problemas.
- Perfecto - Respondo.
- Una vez que hayamos acabado, “te enviaremos de vuelta de donde vienes” (“We will send you back where you come from”).
Ahí es cuando olí la sangre...
- ¿De dónde vengo? - Empiezo diciendo... - ¿A España? ¿Me están deportando? ¡Es una trampa! ¡Lo sabía! ¡Abortar operación! ¡Abortar Procedimiento!
En el quirófano hay 4 o 5 personas, no lo recuerdo bien, pero sé que miré a mi doctor cuando, gracias a su lapsus linguae, consigo cascar un chascarrillo glorioso...

Y sé que la carcajada vino por mi derecha: fue la persona que, como no estaba prestando atención, estaba haciendo algo en mi brazo...

De igual forma que sé que la carcajada vino por la derecha, de pronto, todo un quirófano se une a ella, ante la que el buen doctor, intentando mantener la compostura, falla miserablemente porque, y ese fue su error, yo no lo voy a permitir.

Así que, mientras el choteo sigue su curso, me piden que cruce las piernas, que me recueste sobre el lado izquierdo de mi cuerpo y me piden que sujete con mis dientes ese extraño cacharro con un orificio en el medio...

De esa guisa, recostado, con un cachivache en mi boca, todavía riendo por el incidente ya descrito, sólo recuerdo pestañear una vez más para, de inmediato, volver a aparecer en la primera sala donde, mi buen enfermero y su compañera, me miran absortos y felices.

Un par de horas antes, en el cuestionario que me hacen rellenar, me preguntan por el teléfono de la persona que quieren que me venga a recoger, porque se supone que los efectos de la anestesia te dejan incapaz de conducir...

Así que, según parece, la señora Paquito está de camino, pero yo estoy como una rosa, súper descansado de hecho (que es lo que tiene cuando te dejan fuera de juego con Dios sabrá que cosa) y tardo cerca de 45 minutos en convencerles de que, con demostración incluida de paso, estoy perfectamente bien y que puedo abandonar el hospital por mí mismo, que si no me encontrara bien, no estoy loco y que obviamente no lo haría.

Porque, hasta ese momento, el procedimiento les dice que, básicamente, hay una silla de ruedas para llevarme hasta la puerta y que, según el mismo, yo no puedo abandonar el hospital sin alguien que esté conmigo.

Y entiendo que la norma tiene su sentido, pero me encuentro fantásticamente bien (después de 30 minutos hablando con ellos y caminando arriba y abajo, se dan por convencidos de que, al menos conmigo, la anestesia no ha tenido algún efecto secundario indeseado).

Recojo mis cosas y, entre ellas, encuentro un sobre del hospital dirigido a mi médico de cabecera.

Esa será mi penúltima cita médica: ella tendrá que informarme a grandes rasgos de qué es lo que han visto, pero la cita final será con el mismo médico-cirujano que ha llevado el proceso que acaba con una sala de operaciones descojonada con los desvaríos de un español un poco tarambana.

Ya queda menos para el final.

Actualización: Puedes leer la novena (y última) parte haciendo clic aquí.


Paquito
Emilio: sugerenciasapaquito (arroba) yahoo (punto) es
Twitter: @paquito4ever

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