Como unos zapatos castellanos cambiaron mi vida
Buenas:
La siguiente historia es tan cierta y tan absurda que, si alguien me la contara, me haría cuestionar la salud mental de la persona que me lo estuviera diciendo.
Esto lo sé porque, en los últimos días, al hilo de un par de conversaciones con personas de mi entorno, donde la circunstancia vino a colación, cuando me acordé de la anécdota y empecé a relatarla, la reacción de mis interlocutores fue parecida a lo que te acabo de decir.
Afortunadamente, aún me queda un poquito de credibilidad entre las personas que me conocen, momento en el que, después del descrédito inicial, la especificidad y los detalles de la misma sean lo suficientemente precisos para demostrar que, efectivamente, esto sucedió.
En el principio...
Nos remontamos bastantes añitos en el pasado: en su día escribí sobre ello, pero nunca conté todos los detalles que cómo llegué a aquella sala ni a aquella conversación...
En el artículo, expliqué la situación que viví: fue un tiempo terrible del que saqué valiosas lecciones, entre ellas, que como Maquiavelo le explicó al príncipe, cuando uno tiene que elegir entre que su pueblo le quiera o le tema, aunque el primero es ideal, el segundo es muchísimo más eficaz y persistente en el tiempo.
El poder no se otorga: se gana.
Fue una época extraña, repito: simplemente bajé los brazos y me dejé llevar queriendo ver hasta dónde llegaba la cosa.
Años más tarde, aquello fue corregido, pero yo ya estaba en otro lugar: por fin, entre comillas, se hizo justicia.
Todo esto valga como contexto para lo que, efectivamente, acabaría viniendo: uno nunca sabe cuándo va a cambiar su vida, ni cómo.
Ésta es mi historia...
Los días pasaban lánguidos, como si fueran la fotocopia de un calendario de actividades: en las circunstancias en las que estaba, creé una rutina que, casi al minuto, podía definir lo que iba a hacer un lunes, un martes o cualquier otro día de la semana.
Como, repito, la cosa estaba en modo "muerte cerebral", me dediqué en aquel entonces a hablar con gente a la que le tenía (y le tengo) aprecio personal, por aquello de conservar la cordura.
Lo que estaba viviendo era tan absurdo y triste que necesitaba validación externa de los hechos: o yo me estaba volviendo loco o, efectivamente, lo que estaba viendo y viviendo era propio de una película de Berlanga.
Truco pata negra para conocer gente en una empresa
Una de las cosas que puedes hacer en una empresa para conocer a gente nueva, sobre todo cuando eres nuevo, es salir hacia la zona donde se juntan los fumadores.
En una empresa, pasarás tiempo, generalmente, con las personas de tu departamento, o con personas que trabajan contigo en tal o cual cosa, pero si uno trabaja en Marketing, por poner un ejemplo, apenas conocerá a gente de Finanzas o de cualquier otro departamento que no tenga relación directa con su cometido.
Los fumadores, en cambio, son hijos de su padre y de su madre, de ahí que, cuando salen del edificio para darle a la nicotina, se junta gente absolutamente dispar, momento en el que, ahí sí, conoces a la persona (esa no es una reunión de trabajo: es una reunión social dirigida por la adicción a una sustancia).
Esas personas vienen de diferentes áreas de la empresa: a veces se habla de trabajo si varios del mismo departamento aparecen pero, en general, el personal habla de cualquier otra cosa.
El truco no es particularmente beneficioso para tu salud, pero funciona para conocer a gente.
Vuelta a la historia
Entre la pandilla de fumadores, había un hombre, de un país latinoamericano, con el que me llevaba fantásticamente bien, de ahí que buscara su compañía.
Un hombre que había vivido mil y una historias en un montón de lugares del mundo: un hombre que, como el Diablo, quizás sabía más por viejo que por Diablo y que, además de un sentido del humor fantástico, me ayudaba a digerir lo que yo estaba viviendo.
Aquel día, era verano, después de la hora de la comida, le busqué para salir fuera y consumar el dichoso vicio (del que, niños y niñas, no deberíais ser partícipes)...
Y ahí es cuando sucedió: mientras hablábamos, vimos, en un rincón del aparcamiento, a un tipo fumando solo, perfectamente vestido, traje y corbata, y unos impolutos zapatos castellanos...
Los detalles importan
Siempre digo que, en la vida, es importante fijarse en las pequeñas cosas...
En un mundo donde, sistemáticamente, los vende-burras te hablan constantemente de que hay que ver "the big picture", o que hay que ver las cosas "desde el balcón", donde uno no debe dejar que los detalles le estropeen la vista general de lo que se contempla, yo soy partidario de ver rápido el panorama para, a continuación, empezar a analizar los detalles.
Aquellos zapatos estaban completamente fuera de lugar, de ahí que, mi sexto sentido, entrara en modo ataque.
- Ese tipo es español - le dije a mi acompañante.
- ¿Lo conoces? - me preguntó.
- En absoluto, pero ese tipo es español, te lo aseguro.
- ¿Cómo lo sabes? - Insistió.
- Los zapatos...
A partir de ahí, sin darle tiempo a reaccionar, empecé a caminar en dirección a esa persona, convencido de mi planteamiento.
- Hola: ¿Eres español?
Tiré a bocajarro: en estas situaciones, lo importante es ir directamente al quid de la cuestión, sin posibilidad de escapar la bala.
- No... Soy de xxx...
Lo dijo en un perfecto castellano (sin acento)... Mi acompañante sonrió, porque me acababa de equivocar.
Pero...
- Eres de XXX pero vives en Madrid, ¿Verdad?
- Sí... ¿Cómo lo sabes?
- Tus zapatos...
Miró a sus zapatos sin entender muy bien qué tenían de especiales.
- Son zapatos castellanos - continué... Son zapatos generalmente usados en Madrid.
Mi compañero sonrió: la persona a la que me estaba dirigiendo se quedó sorprendida y, a partir de ahí, comenzamos a hablar, sobre lo humano y lo divino.
Quizás, lo más inquietante es que, esa persona, me preguntó quién era yo y dónde trabajaba, a lo que respondí sin ningún tipo de pretensión...
Le conté un poco mi historia en la empresa, sin muchos detalles: supongo que es lo normal, cuando uno conversa con alguien del mismo lugar a quién no conoce.
La anécdota se quedó ahí para mí: un pequeño detalle me había revelado una historia con un alto grado de precisión, aunque no del todo cierta (la persona no era española, pero venía de España).
Una hora más tarde, dentro del edificio, mientras trabajaba en algún reporte (era miércoles: los miércoles preparaba informes), aquel tipo, con sus impolutos zapatos castellanos, apareció por mi departamento y fue a hablar con mi jefe.
Aquí es donde me dio por pensar mal: quizás me había pasado de listo y brusco, provocando algún problema...
No sé exactamente de qué hablaron: sólo recuerdo la extraña sensación de verle, alguien a quien nunca había visto por la empresa, y mucho menos por mi departamento, hablando con mi jefe (alguien que tenía una posición relativamente importante) durante un rato...
Yo no lo sabía, pero mi destino acababa de cambiar, porque, al día siguiente, mi jefe me convocó a una reunión a solas, donde me contaría quién era esa persona y el motivo de su visita.
El motivo de su visita fue que, en una cosa en la que la empresa estaba trabajando, necesitaban a alguien para llevar un proyecto y que, según parece, esa persona podía ser yo, dada la grata impresión que le di.
Varias cosas cambiaron entonces
Todo sucedió relativamente rápido y no sin falta de sospecha (desconfío de las cosas que, aparente, son demasiado buenas... Como dice un amigo mío: "Eres un optimista muy bien informado"): un par de entrevistas, unas cuantas personas con las que tuve que hablar, un papel que firmar y, un mes más tarde, aparecía en otro lugar con los que, hasta el día de hoy, son mis compañeros de trabajo.
En el camino, momentos realmente divertidos pero, sobre todo, de esperanza, por una parte, incredulidad, por la otra y un cierto resquemor porque, como contaba antes, las cosas que aparecen de pronto en tu camino y que parecen demasiado buenas, son sospechosas por defecto.
Unos meses más tarde, empezaría una conversación diciendo "Déjeme que le cuente lo que siento" que daría origen a lo que nos lleva hasta este preciso momento, cuando lees estas palabras...
¿Y qué pasó con aquella persona?
Unos meses más tarde regresó a España para, un tiempo más tarde, cambiar de empresa.
Nunca tuve la oportunidad de darle las gracias: fue todo demasiado rápido y, como has leído, peculiar.
Uno nunca sabe dónde cambia el rumbo de tu vida ni sabe muy bien por qué, pero hay un pequeño detalle, que es el que concluirá esta historia, que te dice que algo más sí cambio.
Porque, desde ese momento, hasta el último día que le vi, no volvió a llevar zapatos castellanos: empezó a usar zapatos marrones, muy del gusto y del estilo holandés.
Su secreto había sido descubierto pero, cuando determiné que el cambio en el calzado era permanente, unas semanas más tarde, tuve la oportunidad de decirle una última cosa:
- No te preocupes: tu secreto está a salvo conmigo.
Años más tarde, mis compañeras jamás lo sospecharon, empecé a trabajar en el algoritmo de selección y uso de zapatos por parte de mujeres (pero eso, si no te lo he contado, lo haré otro día).
Fijarse en los detalles... Eso, siempre me gustó :-)
¿Y tú? ¿Has vivido algo así alguna vez?
Paquito
Emilio: sugerenciasapaquito (arroba) yahoo (punto) es
Twitter: @paquito4ever
Que historia tan curiosa. Demuestra una vez más la importancia de estar en el lugar correcto en el momento adecuado. Y además echarle un poco de naturalidad a la vida. Saltarse un poco los protocolos. Te salió bien, sin siquiera buscarlo.
ResponderEliminarQué misterioso personaje. Nos dejas un poco con la mosca.
Llevas razón en lo de conocer gente en el círculo de los fumadores. Pero no lo soporto. Uf, los voy esquivando. Nunca fumé y me desagrada profundamente. Así que como mucho se puede charlar los 5 minutos alrededor de la máquina del café infernal.
No recuerdo que me haya sucedido un caso así, tan definitivo. Pero más de una vez caes en la cuenta de que si no hubieras quedado un día con fulanito no hubieras conocido a menganito. O con los lugares visitados lo mismo.
Un saludo
Hola Jorge:
EliminarGracias como siempre por la visita y el comentario: todo un placer :-))
Tuve suerte y salió bien, pero cuando el tipo apareció por mi departamento, honestamente pensé lo peor (que es lo que me pasa por inconsciente y por meter a veces la quinta sin pensar mucho en las consecuencias).
Todo lo que nos sucede, bueno o malo, nos lleva exactamente hasta el momento en el que se escriben (o se leen) estas palabras.
Hay una película muy divertida de un chico y un señor que viajan al pasado en una máquina del tiempo molona como pocas y demuestran, con mucho sentido del humor, qué sucede cuando se cambia un sólo acontecimiento en un pequeño lugar.
Seguro que sabes de qué película estoy hablando (considerada, en todas las escuelas del cine del mundo, como el ejemplo del guión perfecto).
Un abrazo y, una vez más, gracias por pasarte por aquí.
Sí, algo de un viejo DeLorean, que sigue llevándome años atrás, ya sé.
ResponderEliminarPerfecto: me gusta que se me entienda :-))
EliminarUn abrazo.